domingo, 23 de enero de 2011

el niño prehistórico...



…domingo en la noche; había que dejar preparado todo lo que se necesitaba para el día siguiente en lo particular, y para arrancar la semana en lo general.

Les pregunté a los hijos si habían terminado sus tareas y si tenían listas sus cosas para la escuela; me contestaron que sí, pero un momento después, Sebastián, mi niño más pequeño que está en primaria me dice:

—Papá, que crees, acabo de recordar que el profe nos encargó para mañana que lleváramos, sin falta, una historia o un cuento sobre los niños que vivieron en la prehistoria, en la era del hielo. ¿Te sabes alguna?...

Me le quedé mirando con ojos de: «¡muchacho de porra!, ¡por las grandes bolas de piedra de Huitzilopochtli! ¿Cómo es que hasta ésta hora te acuerdas de eso?, tuviste el viernes, sábado y domingo para…» bueno, bueno, calma, calma…

Por cierto la expresión utilizada en el exabrupto o soflama fué porque acababa de leer la novela Azteca de Gary Jennings; altamente recomendable, la novela, no la soflama, y pues, en ese momento yo estaba todavía algo… influenciado.

Pero como ya las cosas no estaban para hacer corajes a esas alturas del partido, y no quise echar a perder en mi estómago la opípara cena que recién terminaba y, además, de repente se vino a mi mente la historia sobre las pinturas rupestres que mi madre nos contaba cuando éramos niños.

Por cierto, aclaro porque uno de los niños lo insinuó:

No, mis hermanos y yo no fuimos contemporáneos de los niños prehistóricos.

—Recuerdo que la historia iba más o menos así; Sebastián toma papel y lápiz y escribe…

—No papá, escríbemela en la compu ¿no?

La cena empezó a girar en mi estómago en sentido inverso a las manecillas del reloj, pero haciendo un esfuerzo para mantener la calma, y enfatizándole con la ayuda de un buen zape para que quedara bien claro, repetí la orden:

To-ma  el &;%$#!!! pa-pel  y el &;%$#!!!  lá-piz  y  es-cri-be:

















El Niño Prehistórico

Este cuento ocurre en la prehistoria, durante la era del hielo.

Hace mucho frío, el viento sopla helado por las montañas y por los valles.

Casi nada comestible queda sobre el blanco manto de la nieve para los hombres prehistóricos; el único medio de supervivencia para éllos es la caza y, a menudo, había que cambiar de territorio para encontrarla y con ese clima tan extremo, era difícil conseguir atrapar algo.

Una fría mañana, el niño prehistórico quería irse de caza con los demás, tiene mucha hambre, pero no puede acompañarlos porque es demasiado pequeño para ir hasta donde van a buscar las presas.

Su madre lo retiene en la cueva casi a la fuerza, no lo deja salir sólo afuera porque se lo puede comer algún animal salvaje, como un lobo o un león de montaña que siempre merodean alrededor del lugar donde viven. A veces el cazador es el cazado.

Mientras esperan el regreso de los cazadores, las madres quiebran los huesos quemados que quedaron en la hoguera apagada, para chupar lo de adentro, pero al niño prehistórico no le gusta el sabor de esos huesos secos ni le gusta chuparlos.

En vez de chuparlos, se le ocurre soplar a través del hueso, poniendo la mano apoyada en la pared y se da cuenta entonces de que ha dejado una marca de tizne o carbón en la roca alrededor de su mano, que se distingue claramente por el contorno gris oscuro de la ceniza.

El niño prehistórico repite eso con cuidado y deja su huella marcada en muchas rocas cercanas a la entrada de la cueva de los suyos.

Cada roca marcada con su huella, imagina que es una presa cazada, pero poco a poco se va alejando de la entrada de la cueva.

Se entretiene marcando dos rocas pequeñas que imagina son dos jabalíes cazados, luego una muy grande que parece un bisonte y también dos rocas algo menos grandes y se imagina que cazó dos feroces osos.

A lo lejos, en medio de la niebla del frío distingue una pieza muy grande y quiere ir a cazarla, claro, marcándola con las huellas de su mano.

Al acercarse, imita la técnica de caza de los demás, se acerca sigilosamente y ya está a punto de marcarla con su mano soplado el hueso cuando esa enorme presa se empieza lentamente a mover.

El niño corre casi sin aliento hasta llegar tras una roca, un tambor resuena fuertemente dentro de su pecho porque vé que la enorme silueta lo sigue lentamente; la gran sombra difusa medio oculta por la niebla va directo hacia el asustado niño prehistórico, avanzando como una montaña sin hacer ruido.

Cuando la niebla aclara un poco, se da cuenta de que es un mamut, el niño prehistórico nunca había visto a uno vivo tan de cerca.

Tiene mucho miedo al ver que cada vez se acerca más y más a donde está el niño prehistórico tras la roca.

Pero el mamut solo se interesa por un árbol que está cercano; lo toma con su larga trompa y lo arranca del suelo muy fácilmente como si fuera una hierba, apoyándose en sus enormes y blancos colmillos.

Escondido tras la roca, vé como el enorme mamut se alimenta del árbol lentamente, saboreando las hojas y las ramas tiernas, que fácilmente arranca ayudándose con su gran trompa y llevándoselas a la boca, masticándolas muy lentamente sin importarle lo que pase a su alrededor.

Cuando el mamut termina, se acerca a un grupo de rocas y se queda muy quieto, entonces el niño prehistórico sale de su escondite pero ya es casi de noche, «el tiempo pasa muy rápido cuando estás muy entretenido con algún suceso interesante» piensa y se aleja de allí, caminando hacia atrás muy lentamente para no llamar la atención de la gran bestia que se pierde pronto en medio de la niebla y de la nieve que cae de nuevo.

Se dirige hacia la cueva siguiendo sus huellas en la nieve, que son todavía visibles a la luz de una luna llena que se asoma en medio de los grises nubarrones.

La pobre madre estaba muy preocupada por el niño prehistórico y lo recibe con un abrazo a la entrada de la cueva; con la mirada y un duro gesto lo reprende por haberse alejado del lugar seguro.

Pero el niño prehistórico muy agitado se dirige a los demás y trata de decirles que hay una gran presa para cazar cerca de ahí, que es una montaña de carne, que es un enorme mamut.

Los hombres de la tribu habían regresado con las manos vacías de su largo recorrido en busca de presas que cazar y están todos en torno a la hoguera tratando de calentar sus cansados cuerpos.

El niño prehistórico les baila imitando los movimientos y la forma del mamut pero los demás no le entienden. Entonces toma de la hoguera una rama con la punta quemada y traza en la pared la figura del mamut; todos se reúnen alrededor del niño prehistórico quien dibuja con más detalles al gran animal hasta que los demás comprenden de lo que se trata y a señas le piden al niño prehistórico que los lleve a donde está el gran mamut.

Todos los cazadores siguen al niño; afuera está nevando de nuevo y sus huellas se han borrado, pero el niño prehistórico no necesita ver el suelo, se guía por las marcas de las manos que dejó en las rocas; recorre el camino siguiendo esas impresiones que son muy visibles a la claridad que el blanco de la nieve parece iluminar, van en fila caminando hasta llegar a donde está el mamut, quien descansa en el lecho de un seco arroyo luego de haberse comido casi todo el gran árbol.

Los cazadores rodean al mamut y con su técnica de caza en conjunto, pueden así matar al enorme animal.

Al final todos bailan y gritan de gusto pues ya tienen suficiente comida para aguantar el resto del invierno.

La madre del niño prehistórico está muy orgullosa de su hijo.

Todos cooperan para tomar del animal cada parte que luego utilizaran.

Tienen carne para secar para alimentarse por mucho tiempo, tienen huesos para construir utensilios y tienen piel para construir tiendas que los protejan del frío y las madres pueden hacer ropa y zapatos para todos.

El niño prehistórico se queda con la cola del mamut y con pelos de la enorme cabeza y construye pinceles para dibujar en las paredes de la cueva.

Pronto sus dibujos y las huellas de sus manos pintadas adornan cuevas y rocas, dándole un motivo de alegría a los demás.

Muchos de esos dibujos y huellas se han encontrado en las paredes de cuevas y rocas que hoy en la actualidad todavía existen.

¿Has visto alguna fotografía donde aparecen ésos dibujos y huellas de manos en las paredes de las cuevas?

Pues ahora ya sabes cómo fue que se crearon.

Fin

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