jueves, 28 de febrero de 2019

Un Viaje con "Angelito"


Acompañé a un amigo al funeral de su pequeña nieta; que falleció a los 14 meses por un mal congénito del corazón. 
Nunca serán suficientes los "Pésames" que sentidamente uno les exprese en una situación así.
Pero, aún así, de nuevo reitero Mi Más Sentido Pésame, a Mina tu hija, a su esposo, a tu esposa y a tí, mi amigo...

Durante el velatorio, mi amigo me dijo, mientras estábamos mirando a la pequeña tras el cristal del también pequeño ataúd:
"-¿Recuerdas mi Artu, cuando de jóvenes hicimos aquél viaje a la sierra dónde conocimos al "Angelito" aquél...?"
Si que lo recordaba, y más en estos penosos momentos, ese recuerdo me ha acompañado de siempre, y en los funerales a los que he ido, regresa siempre a mi memoria; y prosiguió mi amigo:
"-Nunca pensé que yo me preguntara lo mismo que esa noche nos preguntó la señora aquella. Cuenta la historia, mi Artu, cuéntala por favor, quizá alguien ya tenga alguna respuesta que, aquella vez lejos en el tiempo, sigue sin respuesta para mí."
Y sigue sin respuesta para mí también; el tiempo no puede generar una respuesta a una pregunta como aquella.
Si poco sabemos de la vida, nada sabemos de su eterna compañera, la muerte.

Así era la historia aquella: 

Cuando éramos jóvenes, aprovechábamos cualquier tiempo de vacaciones para ir a La Sierra Tarahumara, a Las Barrancas del Cobre, a La Cascada de Basaseachi; sólo nos juntábamos dos o tres amigos, a veces más y nos íbamos mochila a la espalda, a visitar a la belleza natural que tenemos en el estado de Chihuahua. Era un viaje de bajo costo porque hacíamos mucho recorrido "de aventón", forma de viajar hoy imposible por la inseguridad que el narco mantiene en toda la zona serrana; qué lástima...
Ésa vez íbamos hacia La Cascada de Basaseachi a casi 300 Km de la ciudad de Chihuahua capital. Nos habíamos ido en el tren carguero hasta la ciudad de "La Junta", de trampa, obvio; ésa ciudad está quizá a mitad del camino, y de allí esperábamos tomar un "aventón" en algún camión carguero de los muchos que circulan por allí en la carretera 16.

Tuvimos mala suerte ese día y agarramos aventón ya tarde casi empezando a anochecer. El camionero aquel era un señor adulto mayor muy buena onda, muy "platicador" y más "malhablado" que  cualquier actual comediante de Monterrey (donde dicen que en esa ciudad, Monterrey, ya hay más comediantes y comediantas malhablados que taxistas). Pasando el poblado de "Tomochi", el camionero nos dijo que iba a detenerse sólo un momento en una ranchería que quedaba a un lado de la carretera:
"-Voy a saludar a unos compadres que tienen "Angelito-Nos dijo con gesto sombrío-.
Nunca habíamos oído esa expresión, así que aceptamos calladamente. 

Por un pedregoso camino llegamos a un caserío mal iluminado por unos focos sucios y amarillentos. Casi al final de la calle principal se miraba algo de gente afuera de una casa. El camionero nos invitó a acompañarlo. Entramos a un lugar iluminado por velas y allí, al centro sobre una mesa de madera, estaba tendido el cuerpecito de un niño muy pequeño. Parecía que dormía, con un vestidito blanco blanco y una corona de flores, a pesar de que se veía que era un baroncito. 

Pero el niñito no dormía, estaba muerto; si estuviera vivo, estaría en su cuna, que se miraba vacía y desnuda, arrinconada en la semi oscuridad de aquel lugar. Miramos a hombres con los ojos sombríos sentados en el suelo, recargados en las desnudas paredes de barro seco. Silenciosos bebían de una botella que iban pasando de mano en mano. Tomamos un lugar junto al hueco de una puerta y el camionero nos dijo: 
"-Sólo nos quedaremos un ratito y luego retomaremos el camino, porque voy retrasado..."

Bebimos varias veces de esa botella de fuerte licor, alcohol barato pero que quita el frío que se siente en esas noches serranas por siempre de los siempes, heladas.

Varias mujeres de todas las edades estaban de pie alrededor del "Angelito", rezando quedamente y susurrando frases que no alcanzamos a escuchar. Quienes iban llegando saludaban ceremoniosamente a un hombre de cara y gesto toscos y a una mujer de mirada triste, siempre mirando al piso. Los abrazaban tocándoles apenas los hombros, e inclinaban la cabeza ante ellos; los que traían sombrero, se lo quitaban y lo movían, nerviosos, entre sus dedos. 

Todos les murmuraban lo mismo: "Pos que el "Angelito" se miraba muy chulo con su vestidito blanco de "Angelito"; Pos que ya tienen un "Angelito" en el cielo y que ese "Angelito" los va a cuidar desde allá; Pos que solo Dios sabe porqué hace esas "sus cosas", Pos que... pero el hombre no cambiaba su semblante hosco y la mujer no deja de mirar tristemente hacia el piso de tierra apisonada.

El aire se puso muy espeso, por lo que los tres salimos a tomar un poco de aire fresco de la fría noche. Tras nosotros salió también la mujer de mirada triste y se dirigió a nosotros tres:
"-Hola Jóvenes de la "ciudá" -Que nos habla con timidez-. "-Nos dice el compadre Chon (el camionero) que ustedes son estudiantes de la "universidá" y que seguramente han leído "munchos" libros y saben "munchas" cosas que acá en el pueblo nunca llegan. Perdonen "astedes" la pregunta..." -Nos dice luego de una larga pausa, sin subir del suelo la triste mirada- "-¿A porqué se mueren los niños...? Yo nomás tenía éste, y lo cuidábamos requete mucho, y se me murió. ¿Porqué sería, jóvenes, porqué...?"

Los tres escuchamos esa pregunta: como venida del fin del mundo, como venida de una galaxia muy muy lejana, como venida del final del tiempo. Solo alcanzamos a mirarnos los unos a los otros a decir cosas como: "-Es la voluntad divina, seño" -Dice uno de nosotros-. "-Las enfermedades atacan más a los niñitos pequeños" -Balbuceo yo-. "-Mire seño, seguramente Dios le mandará pronto otro hijo..." Y otras vaciedades dichas porque estamos completamente rebasados por esa situación y nunca tendríamos una respuesta preparada para esa pregunta hecha por ésa mujer tan... única...
"-No jóvenes, no..." -Nos contó, sollozando quedamente y con la mirada baja- "-Cuando tuve éste que se me murió, quedé muy lastimada de "los adentros". Y me dijo la partera que ya no tendré otra criaturita... Y por éstas tierras los maridos largan a las mujeres que no pueden tener hijos y se consiguen a otra que sí..."

Y ahora, en silencio y mirando los tres ese cielo espléndidamente estrellado de la fría noche serrana, nos preguntamos si realmente alguien en este ancho mundo, tendrá respuesta válida y razonable para darla a ésta mujer que sufre la pérdida injusta de su hijo y su rechazo natural a tenerlo de "Angelito" en el cielo...

Ahora, a pesar de todos los estudios, y a pesar de todos los libros leídos, y a pesar de vivir en la "ciudá", nos damos cuenta de que, como dije al principio: poco sabemos de la vida, y nada sabemos de su eterna compañera, la muerte...

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