domingo, 24 de marzo de 2019

Pena de Cárcel por Maltrato Animal


Acabo de ver una noticia reciente de que el Congreso aprobó más leyes para castigar penalmente por el cruel Maltrato Animal a los animales de compañía.
Vamos, ésto es para que cuidemos a nuestras mascotas, muchas personas las consideramos parte muy importante de nuestra diáfana red familiar cotidiana.
Hay además animales que son algo más que mascotas: como los perros que "trabajan" en granjas y ranchos, que colaboran con las policías y en los cruces fronterizos o como necesarios "lazarillos" para personas con deficiencias visuales; o los gatos que son acompañantes necesarios y muy importantes de personas enfermas o convalecientes, o caballos que ayudan a personas afectadas por enfermedades o síndromes como el "Autismo" (equinoterápia o hipoterápia), igual en casos similares son las terapias asistidas con delfines.
Famosos y muy conocidos son los perros que pastorean ganado; cuando era chico y vivíamos por la estación del ferrocarril Che-Pe, seguido íbamos a las afueras de la ciudad como a los cerros, cañadas y presas y veíamos a perros cuidando chivas, borregos, vacas, gallinas, en fin, pastoreando ganado como labor extra del hecho de que son animales de compañía para los humanos.



De aquellos tiempos, recuerdo que un amigo de la escuela secundaria me contó que su tío abuelo, un familiar ya mayor, había caído a la cárcel por vengar la muerte de su perro que le ayudaba a cuidar un ato de chivas en los terrenos cercanos al Cerro Grande; lugares esos hoy en día invadidos completamente por la mancha urbana que, como "hambrienta marabunta", devora y desaparece los terrenos otrora silvestres y los convierte en feos asentamientos humanos carentes de orden urbano, llenos de pobreza y faltos de servicios sanitarios y vías de comunicación decentes y además... perdón, veo que, como siempre, me he apartado de mi relato, ahora lo retomo...
"Dispersión Caprina" le llaman, o séa se me van gacho las cabras al monte...
Pues bien, así iba aquella antigua historia de maltrato animal y con su trágica consecuencia:

Eran un pastor y su perro, o mas bien dicho, era un perro y su pastor. El pastor era el tío abuelo de un compañero de la escuela secundaria. No se sabía la edad exacta del señor, tampoco él o su familia la recordaba, ya que llevaba muchos años apartado del núcleo familiar, alejado en las áridos terrenos semi desérticos de las faldas de nuestro Cerro Grande, símbolo y baluarte vigilante de nuestra ciudad Chihuahua capital. 
Allí cuidaba de un rebaño de chivas, de cabras, acompañado por su perro
Decía mi amigo que en el registro de la prisión sólo decía: Luis Felipe M. de aproximadamente 75 años.
El perro nunca tuvo nombre. Digo, no tenía nombre porque ya no es perro. O mejor dicho, es un perro muerto, sin vida, lo que equivale a no ser "el perro", ya. 
Cuando alguien le preguntaba al pastor que cómo se llamaba su perro, el sólo contestaba: -Pos "Perro". 

De muy pocas palabras era ese pastor, que sólo vivía en aquella soledad del monte, acompañado de su perro, que le cuidaba celosa y eficientemente a las cabras.
A ese viejo pastor nunca se le vió que le hiciera una caricia a su "Perro", y lo que le daba de comer se lo arrojaba sin siquiera verlo si comía o no, generalmente "obviamos" la compañía, y solo la extrañamos cuando ya no la tenemos.
Con un silbido con un "tonito" especial lo hacía venir, y con algo que no era propiamente una palabra, sino un sonido gutural, le ordenaba que se fuera a cuidar al rebaño.
Si mucho y con pocas palabras le comentaba a alguna visita ocasional, que "Perro" era el mejor en su labor, que no había otro como él; recordaba cuando una vez una cabra parió en pleno monte, y el perro permaneció a su lado cuidándola porque habían visto merodear al rebaño un coyote y había que cuidar a la pequeña cría recién nacida; así que cuando el pastor enfermaba o no podía o no quería salir, "Perro" se llevaba a las chivas a comer hierbas y a tomar agua al riachuelo que pasaba a un costado del Cerro Grande, y luego las traía de regreso por la tarde. Jamás le faltó una chiva. Aún así, el pastor nunca le hacía una caricia a "Perro", y nunca le puso un nombre. "Perro" siempre era el perro, nada más.

Tal día vieron pasar cerca de la cabaña y del corral de las chivas a un grupito de jóvenes con un rifle 22 que -le dijeron- iban "dizque a cazar", aunque él les hizo saber que en esos parajes no había nada que cazar, ni siquiera alguna liebre o conejo. 
Pero a fin de cuentas él era un viejito indiferente, y los dejó pasar hacia el Cerro Grande y los vió deambular a lo lejos por todo el día. A la caída de la tarde los vió regresar echando el bofe: asoleados, cansados, espinados y sedientos; no habían disparado ni un solo tiro y se tiraron al suelo a la escueta sombra de un arbusto alto pero con follaje, a recuperar las fuerzas, y a beber de unas botellas de licor, y a fumar algo apestoso que se pasaban de mano en mano. 
En eso los jóvenes vieron al "Perro" del pastor, que fijamente los veía a ellos y les mostraba los colmillos para alejarlos de las chivas, de "sus" chivas.
Uno de los jóvenes se levantó algo tambaleante, afectado por lo que estaban tomando y fumando, y por divertirse y divertir a sus compañeros tomó el rifle, cortó cartucho, tomó puntería y le disparó a "Perro".
El pastor sólo escuchó un aullido -algo así como un grito de dolor animal- y su "Perro" sin nombre ya no fue perro; fue muerte, que tampoco la muerte tiene nombre, se llama simplemente muerte.

Más tarde los jóvenes agotados, aturdidos y semi dormidos por la embriaguez y por lo que fumaron, cabeceaban al débil y falso amparo del arbusto y no vieron que una sombra se acercaba silenciosa, en sentido contrario a la luz roja y dorada del lejano crepúsculo, avanzaba confundida con la creciente oscuridad, y con una navaja de campo, degollaba al hombre que había matado a "Perro"...

Después de hacer éso, la sombra, con la cabeza agachada y en silencio, se puso su viejo sombrero de palma y caminó con pasos lentos y tristes por un serpenteante y pedregoso sendero hacia el muy muy lejano puesto de policía, ya dentro de la mancha urbana y, ya con la noche encima, se "entregó a la autoridá" como más tarde dijo.

En el más hermético silencio y con los dedos de sus callosas manos entrelazados, y con la cabeza gacha, permaneció en la pequeña celda mientras a su alrededor el mundo civilizado estallaba en medio de fuertes luces rojas y azules de las patrullas y ambulancias y los gritos estridentes de los policías dando órdenes y los flashasos de las cámaras de los periodistas que estaban ya llegando a aquella estación.

Sólo aquel viejo pastor se acordaba de "Perro" y con creciente tristeza extrañaba ya su siempre fiel compañía, su alegre correr por el monte, sus fuertes ladridos, su estarse echado en silencio junto a los pies del pastor, ambos frente al reconfortante fuego de la chimenea, en paz, mientras afuera el cielo se caía en chubascos o el viento huracanado barría el desértico mundo.
Ahora ese viejo pastor ya estaba más solo que nunca y ya nada importaba.

Luego el viejo pastor estaba en "El CERESO", en el Centro de Rehabilitación Social. 
¡Cómo no estuvieron allí esos jóvenes para que los rehabilitaran! Ahora ellos eran "las víctimas".
Sólo aquel viejo pastor se acordaba de "Perro".
 A sus muy escasas visitas, les decía que nunca se había arrepentido de lo que hizo aquella triste tarde: -Ése hombre era malo -decía con su voz apenas audible-, "Perro" no, él nunca lo fue.
Quizá pocos sepan cómo un anciano solitario pueda llegar a querer a su "Perro", quizá pocos sepan cómo un perro puede llegar a querer a su amo. Hay historia de amor que no parecen historias de amor; ésta no fue una historia de un crimen, o de un hecho de sangre, fue una real historia de amor...

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