En la reunión de "La Cofradía Rockera", platico con mi amiga Agnes, Psicóloga; me dice que no "Sicóloga", porque ella afirma que eso significa "estudiosa de los higos", del griego "sycon" que significa higos.
Pues bien, ella trabaja en Recursos Humanos de una maquiladora, ante la imposibilidad de colocarse en alguna institución donde poder aplicar su "Psicología Clínica" como era su anhelo cuando terminó su carrera; pero es sabido que el sueldo es una necesidad primaria, que muchas veces tapa con el velo del olvido los soñadores anhelos de aplicar, aunque sea a bajo costo, el propósito principal que abrazamos cuando emprendimos con esperanzas y mil planes futuros alguna carrera académica; pero advierto que me he alejado de mi relato; ahora lo retomo...
En el ambiente, huele fuerte el picante olor de la carne asada, alguien a puesto una botella de cerveza en nuestras manos y a buen volumen se escucha la formidable "Pirates" de Emerson, Lake & Palmer, en la parte donde la orquesta sinfónica de Montreal suena de excelente forma con sus más de cincuenta integrantes:
"Who'll drink a toast with me
I give you liberty
This town is ours - tonight..."
Excelente la letra y son más de 13 minutos de rock progresivo sinfónico de la mejor calidad.
Un vistazo rápido alrededor y nos percatamos de algo que ya es una fea costumbre generalizada en cualquier reunión; todo mundo pegado a su teléfono celular y pocos, muy pocos, platicando persona a persona. Meneo mi cabeza como signo de desaprobación.
"-¡Si, muy fea costumbre esa!"-Me lee la mente Agnes en voz alta, paseando la mirada por el local; algunos compañeros de "La Cofradía Rockera" voltean a verla y algunos sonríen y dejan a un lado la tecnología, para volver a ella en cuanto pasamos de largo.
"-Extraño los tiempos cuando no había ese daño colateral de la tele tecnología" -Opino yo-. "-Se ha vuelto una verdadera obsesión, sobre todo para los jovenzuelos imberbes, pero sobre todo para las chicas, el mundo actual está invadido de chicas promedio pegadas literalmente al chat por celular", -Termino así mi sesuda opinión-. "-Extraño cuando las obsesiones eran otras, naturales, enfermas, diáfanas, tangibles, verdaderas".
Tomamos asiento y algún enfermo nostálgico pone, de Black Sabbath, "Paranoid":
"All day long I think of things
but nothing seems to satisfy
think I'll lose my mind
if I don't find something
to pacify..."
"-Te voy a contar, Artu querido, sobre una prima que tiene una obsesión real, verdadera y natural" -Me platica Agnes, y continúa: "-Saber de ella y de su obsesión, le da frescura a este mundo de contaminación chatera electrónica, 'ora veras"...
Y tomé nota mental, para contársela a ustedes:
...Ahora Bob estaba muerto:
“-Dale, Señor, el descanso
eterno, y alumbre para él la luz perpetua...”
Aunque
estaba alejada de la iglesia no se sintió mal al recitar esa oración. Bob la
merecía, y a ella le salió del corazón decirla.
Sin
embargo no pudo contener una sonrisa al preguntarse si se podría descansar
eternamente estando encendida aquella “luz
perpetua”, que por ser perpetua debía ser bastante intensa y molesta.
Sonrió
otra vez al recordar lo que le decía su mamá cuando de niña le hacía preguntas
como ésa acerca de cosas de la religión: “-Eres una herejilla...”
Luego recordó:
“...A Bob no le gustaba dormir con luz...”
En la cama, dormido a su lado, se despertaba de inmediato si ella encendía la
lámpara del buró para leer y disipar su insomnio. Antes de volverse al otro
lado y seguir durmiendo le dirigía una mirada de reproche que a veces la
divertía y otras veces la apenaba.
...Ahora
estaba muerto.
Ya no la miraría así, ni en ninguna otra forma. Le dolió pensar
tal cosa.
Desde
que Bob se fue casi todos los pensamientos le dolían. Sentía la soledad como se
siente un dolor físico. No sólo le dolía en el alma: le dolía en la carne, en
los huesos, en la sangre. Era como un dolor de muelas, pero en todo el cuerpo.
...La
soledad. Jamás le había temido, y ahora se levantaba ante ella como una sombra
que la amenazaba. Cuando el miedo a estar sola la oprimía fijaba la mirada en
el retrato de Bob que había puesto en la recámara un día después de su muerte.
Otra
foto de él tenía en la sala, tomada en días felices, cuando el espectro de la
muerte aún no llegaba a sus vidas. Ahí estaba, con esos ojos que la seguían a
todas partes y aquella expresión misteriosa con la cual parecía decirle sin
palabras: “Yo sé algo que no sabes tú...”
Lo
extrañaba. Le hacía falta su compañía. Ahora se daba cuenta de que lo había
necesitado más que él a ella.
Bob
era tan independiente, tan dueño de sí mismo. Jamás le pedía nada; recibía su
amor como algo que le era debido. A ella eso no la molestaba. Toda su vida
había estado en posición de dependencia. Había acabado por desarrollar un
sentimiento de sumisión que tenía algo de agradable: le daba la sensación de
ser protegida; le quitaba la responsabilidad de tener que proteger.
Siempre
le habían gustado los machos dominantes. ¡Y vaya que Bob actuaba como tal! Su
actitud distante, desdeñosa; la indiferencia -que a veces a ella le parecía
estudiada- con que aceptaba sus caricias. Eso la hacía sentirse niña sometida a
un padre; esclava sometida a su señor.
No
ignoraba que ese sentimiento tenía algo de sensual: había mujeres que
encontraban placer en ser dominadas, y gustosamente se sometían a
humillaciones, y aun a maltratos físicos, por parte de su pareja.
Desde
luego la situación con Bob era distinta. Pero igual se sentía dominada por él,
y eso le gustaba, y aun a veces se sentía feliz por los aires de rey que él se
daba.
Ahora
estaba muerto, y su ausencia le pesaba como una piedra grande que le hubiesen
puesto de pronto sobre la espalda para que la llevara.
Ahora
estaba muerto: “-Dale, Señor, el descanso eterno, y alumbre para él la luz perpetua...”
Pensó
si cuando a ella le llegara el eterno descanso lo volvería a ver en otro mundo
a la luz de aquella luz que nunca se apagaba.
En
ese pensamiento estaba cuando llegó su prima, que iba a pasar con ella algunos
días.
Aunque
aquello era un poco molesto -cualquier cosa que alterara su rutina la sacaba de
quicio- pensó que la presencia de la visitante la apartaría un poco de estar
pensando continuamente en Bob.
La
acomodó en su cuarto, y luego la llevó a la sala y le ofreció un café.
Charlaron
de cosas intrascendentes. ¿Cómo te ha ido?
¿Qué ha sido de fulana? ¿Te acuerdas de?...
Era
más un monólogo de la prima que una charla, hasta parecía un molesto interrogatorio.
Su
mente divagaba mientras medio escuchaba y eso provocaba que su mirada se
dirigiera hacia la foto de Bob.
En
una pausa de la conversación la prima paseó la vista a su alrededor. Miró el
retrato de sus padres y dijo que los recordaba bien. Tan buenos que fueron siempre, etcétera.
Vió
fotografía tras fotografía preguntando todo.
“-¿Quiénes
son éstas?...”
“-Son unas amigas con las que fui a Acapulco
hace unos años”.
La
prima miró otro retrato que inexplicablemente pareció divertirla. Preguntó con
una sonrisa:
“-Y
éste... ¿Quién es?”.
Respondió
ella tratando de que su voz no mostrara su tristeza:
“-Este es Bob… mi Gato…”