“-Pos ahora andamos tratando de trabajar en la UBER mi Artu, pero estoy batallando
mucho pa'ntender y pa'usar el
maldito o bendito telefonito celular, mi Artu, pero pos es necesario pa´los viajes y ya sabes, hay que perseguir de alguna forma
la chuleta diaria”.
Así me dijo mi amigo Fredo.
La infaltable música a medio volumen sonaba con algún
grupo de rock “intrascendente” porque
ni me acuerdo cual era, quizá “Bad Company” o “Foreigner” o algo “soft rock”; pero como siempre,
acompañando de fondo lo que se platica en las reuniones de “La Cofradía Rockera”. Claro, todo
entremezclado con harta cerveza y carne asada como perfecto marco gastronómico;
“No solo de rock vive el hombre, mi Artu”... sabias palabras.
-Cuenta una historia Fredo, -que le animo- para luego ponerla pública
en mi blog, ¿sale? No importa el género…
Fredo toda su vida ha sido un “trabajador del volante”; está platicándome sus vivencias con ese su
eterno “tic” nervioso de estarse
acomodando y acomodando su también eternamente desgastada gorra de beisbol, y con
una sonrisa medio desencajada, y con el semblante indeciso de quien no está
completamente convencido de estar haciendo lo correcto, pero que al final
comprende que hay que trabajar para pagar las cuentas.
Por muchos años Fredo fue taxista, empleado de un
dueño de taxis. Él, que como muchos otros “taxistas”,
nunca pudo juntar el dinero suficiente para pagar y poder tener sus propias
placas y un vehículo propio para éste tan ahora sufrido empleo, tan expuesto a
la inseguridad que hoy en día permea más que nunca en la ciudad capital.
“Mi padre y un hermano fueron taxistas también, por
eso conozco la diferencia entre los riesgos de este trabajo en aquellos años y el
riesgo del empleo en la actualidad; la violencia es distinta, ahora la
violencia le pertenece a los narcos, antes no”.
En un tiempo fue también chofer del Vivebus, pero fue
desplazado por los poderosos dueños de esa mafia camionera que hoy en día
reinan a su antojo con el lamentable transporte público en la ciudad.
Fue él el que me trataba de convencer de que: “No todo es malo en el sistema del Vivebus,
mi Artu”, pero a pesar de todo, ya es otro probado fracaso del gobierno de
la ciudad, copado en su totalidad por la mafia del pulpo camionero.
Aún así, rescaté un poco de lo expuesto por Fredo y
estoy preparando un post sobre lo que me dijo, de que: “No todo es malo en el sistema del Vivebus, mi Artu”, pero
direccionado a la revista que se publicaba y regalaba en las estaciones, ya
hace 2 años.
Entonces ahora es el empleado de un dueño de carro UBER y, como inició diciéndome, con
graves problemas para usar la tecnología celular tan necesaria hoy, pero que no
es de nuestra generación, por eso está literalmente sufriendo para aprender a
usarla.
“Mira mi Artu, te voy a contar una historia que me
pasó pa´que la pongas en tu “block”…
No es ni de terror ni de fantasía; es a lo mejor tierna, simple o hasta cursi (“fifí” diría nuestro estimado AMLO), es
de invierno, de tiempo de frío; es una historia que me pasó los primeros días
de un tal Año Nuevo, a ver que te parece…”
Y me la cuenta, y caí en "cuenta" que la narración de Fredo tenía muchos puntos en común con mi vida, curiosamente; o bien Chihuahua es un "ranchito" y muchas cosas de la vida coinciden si no en el tiempo, si en los sucesos:
“La despachadora me mandó a levantar un pasaje a la
colonia “Zarco” por los arquitos del
acueducto; era mi último pasaje del día, de allí a casa a descansar, andaba
desde los pasajes maquileros de las cinco de la mañana; ya estaba anocheciendo
y la ciudad brillaba bella y húmeda por una ligera llovizna que había recién caído. Era
una casita que se veía estaba en reparación, con andamios y material de construcción
afuera. Luego de pitar una par de veces, con paciencia, salió una señora ya mayor de edad cargando (casi arrastrando) dos
maletas, así que me apuré a bajarme para ayudarle, salió sola; abrí la cajuela
y las puse adentro, curiosamente eran muy livianas; hacía frío, la señora
llevaba un grueso abrigo verde con bufanda y sombrerito como de velo, parecía
un personaje de los años 50’s…
-¿A dónde Señito,
aeropuerto, central camionera, a casa de su hijo?
-No que va –dijo la Señito riendo quedito; ya que me fijé más, era en realidad muy anciana- A la Casa
de Retiro “Otoño” en Nombre de Dios por favor, ¿Sabe dónde es?
-Claro que sí sé Señito,
ahorita llegamos rapidito si me voy por el Perifér…
-No, no, no –me interrumpió- prefiero, si puede, que
se vaya por el Centro de la Ciudad, quiero pasar por unos lugares antes de
llegar a la Casa de Retiro, al asilo… ¿Si se puede? Le voy a pagar el trayecto
largo… ¿Si podremos ir por allí?... ¿Si, joven?...
-Claro que sí Señito, por donde me diga me voy…
Total, era mi último viaje del día, al día siguiente
no había pasaje maquilador y la viejita me cayó bien, la neta, así que relax y
vámonos por donde la viejita nos diga…
-Gracias joven entonces espere un momento -dijo ella- No
tengo prisa, al fin que estoy camino al asilo, me estoy despidiendo de mi casa...
La miré por el espejo retrovisor, por sus ojos rodaban
algunas lágrimas... desde allí se veían los arcos del acueducto con el parque
iluminado, brillando todo por la lluvia que había caído.
Nota de Artu: aquí cerca nací y viví yo de niño pequeño... |
-Aquí junto al acueducto conocí a mi esposo y aquí vivimos
toda la vida, hasta ahora que mi esposo ya no está y mi hijo va a vender la
casa y me manda al asilo, y mi hija pues quien sabe dónde andará… pero vamos por la “Zarco” y nos detenemos en el “Palmore”
un momento, ¿Si?
Nota de Artu: también aquí nací yo... |
Frente al “Palmore”: -Aquí nacieron mis hijos y aquí mismo, hace
unos años, falleció mi esposo, un momentito por favor y luego pasamos por el Santuario de Guadalupe ¿Si?…
Frente al Santuario de Guadalupe: -Aquí me casé, joven, apenas recuerdo que era una noche como ésta, brillante de lluvia recién caída; no fueron muchas personas, ¿sabe joven?, las cosas no andaban bien en mi casa ¿sabe joven?, mi padre no estaba de acuerdo con el casorio y mi madre... pues eran otros tiempos muy duros, donde la mujer era sumisa y no se oponía a lo que dijera el marido; pero aún así me hizo un sencillo pero muy bonito vestido, cremita, no blanco, pues mi hijo ya venía en camino, y pues ella convenció a un cura de aquí para que nos casara... al final mi padre se ablandó un poco, solo un poco con la llegada de los nietos, pero nunca me perdonó, ni cuando falleció, eran señores muy duros de alma entonces, joven... ahora por favor pasemos por la "Peni", por la Biblioteca Municipal y por la calle Aldama, por favor...
Nota de Artu: a pocas cuadras viví de niño y adolescente, estuve en la escuela primaria a dos cuadras de aquí, hasta trabajé en la farmacia que está enfrente de la Peni |
-"Estoy ya cansada, joven, llegó el momento de irnos, ya rumbo al asilo, por favor".
Manejé en silencio hacia el destino final, al asilo.
La ancianita ya iba más tranquila y dibujaba apenas una sonrisa, quizá satisfecha de haberse podido despedir de esos lugares tan especiales para ella.
El asilo era una pequeña casa, dos asistentes vestidos de blanco vinieron hacia el taxi tan pronto llegamos. Eran muy amables y cuidaban cada uno de sus movimientos.
La ancianita ya iba más tranquila y dibujaba apenas una sonrisa, quizá satisfecha de haberse podido despedir de esos lugares tan especiales para ella.
El asilo era una pequeña casa, dos asistentes vestidos de blanco vinieron hacia el taxi tan pronto llegamos. Eran muy amables y cuidaban cada uno de sus movimientos.
Yo abrí la puerta y suavemente la sentaron en una
silla de ruedas.
-¿Cuánto le debo? preguntó, buscando en su bolso.
-Nada Señito, no es nada -le dije.
-Es tu trabajo muchacho, debes cobrarme…
-Habrá otros pasajeros, no se preocupe -le respondí con una muy sincera sonrisa.
Casi sin pensarlo, sentí un gran deseo de abrazarla.
Ella me sostuvo con fuerza y dijo: “Necesitábamos ese abrazo joven, Gracias por el
recorrido...”
Apreté su mano y me despedí sintiendo que nunca más la
vería. La puerta se cerró y fue como el sonido de una vida concluida. No recogí ya a ningún pasajero, manejé tranquilo hasta mi casa. No podía hablar.
¿Qué habría pasado Artu, si a la ancianita la hubiese
recogido un conductor malhumorado o alguien que estuviera impaciente por
terminar su turno?, ¿Qué habría pasado si me hubiera rehusado a tomar la ruta
que ella quería? ¿Nada?. Nada quizá para mí, pero si mucho para ella.
Luego una vez la visité, Artu, meses después; la ví muy acabada
pero tranquila, no estoy bien seguro si me reconoció, aunque su última mirada al
despedirme me dijo que sí, o a lo mejor me lo imaginé o a lo mejor, era lo que
yo quería sentir; allí no le faltaba nada, me dijo, nada material, pensé… le pregunté por sus hijos, pero nada me respondió, o todo me lo dijo con una mirada furtiva, mirando con tristeza a otro lado. Pero yo luego supe que los grandes momentos son los que nos atrapan
desprevenidos, aquellos que para otros son sólo pequeños.
La gente tal vez no recuerde exactamente lo que tu
hiciste o lo que tú dijiste... pero siempre recordarán cómo los hiciste sentir.
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