domingo, 21 de octubre de 2018

Venganza...


"La Venganza es una de las pocas cosas que son dulces y no engordan..." Alfred Hitchcock
"Que toda la vida es Cuento, y los Cuentos Cuentos son..." Catón
"Mi psicólogo me dice que estoy obsesionado con la Venganza; quizá, pero ésto no se va a quedar así..." Anónimo

¿Es la Venganza un remedio, una cura, una necesidad, o una necedad?
Quien sabe; solo quien la hace sabe la respuesta; y eso no es del todo seguro.
Para muchos es un remordimiento, una piedrita en el zapato que jamas se va. Pero para otros (¿los menos? ¿los más?) es el reinicio, el comienzo de algo que ha de despertarlo de nuevo a la vida.
¿Porqué me pregunto ésto? Porque la Venganza me ha despertado a mí a un nuevo modo de ver las cosas, de entender el mundo actual. 
Incluso mis cercanos lo han notado: 
"-¡Que bien se mira hoy, Profe!" -me dice la directora de la escuela particular donde doy clases; la misma fulana que el otro día caché diciéndole a una maestra que yo estaba cada vez más "Ruco".
"Ruco, Ruco, Ruco" esa palabreja la escuchaba decir cuando pasaba junto a un grupo de estudiantes, o un grupo de maestros, o hasta a los conserjes se la escuchaba, en las juntas de padres de familia, en fin, en todos lados adonde yo iba.
Murmurando, diciéndoselo al oído unos a otros, cuchicheando: "Ruco, Ruco, Ruco".
Entonces hasta mis alumnos de secundaria han dejado de decirme éso: "Ruco". 
Ahora han notado ése "algo" que tengo y que no hace mucho yo no tenía:
"-¡Hay Profe, se le ve un nuevo brillo en los ojos!... ¿Qué le pasó?... 
Nada comento, solo sonrío y me voy a dar clase.
Esto fue lo que me pasó:
Yo quería mucho a mi nieto, el que lleva mi nombre; él era mi orgullo, siempre haciendo ejercicio, guapo, apuesto, buen estudiante, rodeado siempre de sus amigos y de sus compañeritas de la escuela, capitán de los equipos deportivos a los que pertenecía.
Pero un día empezó a merodear por la escuela el "Guti". A la salida de clases les ofrecía carrujos de mariguana, o pastillas de no se qué sustancia. No haré larga la historia, mi nieto se echó a perder. Cuando nos dimos cuenta en la familia, ya era un vicioso, un perdido, nada se pudo hacer por él...
Dejó la escuela, andaba siempre con gente de la peor calaña. Se convirtió en un esqueleto por el vicio, vivía prácticamente en la calle o no se dónde. No quería quedarse conmigo porque decía que yo siempre estaba regañándolo. Así perdí a mi nieto tan querido, el que lleva mi nombre, el que era mi orgullo.
¿Que hice entonces?
Una noche ya fuera de mi entendimiento y de mi razón, fui y maté al "Guti", ni mas ni menos.
Un Sábado ya de noche lo seguí rumbo a su casa.
Iba sólo, sólo él, sólo yo.
En la oscuridad de ese barrio olvidado, barrio olvidado como muchos otros en la ciudad capital, me le acerqué por la espalda y sólo le dije: "-Buenas noches, "Guti""...
Apenas volteó y le clavé el picahielo en el pecho; se le clavó muy facilito, pasó enterito entre sus costillas, solito entró en su cuerpo, en ése cuerpo flaco y maldito que tanto daño había hecho en este mundo, demasiado fácil, quizá empujado por la (hasta entonces) reprimida fuerza de la Venganza.
Lo piqué dos, o tres veces, no supe cuantas; hasta que cayó de rodillas y echando sangre por la boca me preguntó con los ojos muy abiertos: "-¿Por qué? ¿Quién eres?...
No se merecía las respuestas.
Luego sus ojos se quedaron fijos y ya no dijo nada.
Yo estaba tranquilo, tanto que me esperé ahí hasta cerciorarme de que estaba bien muerto.
Ni miré a los lados; en esa calle no había nadie, sólo esa sucia semi oscuridad, la penumbra permanente de la mediocridad y la podredumbre.
Luego con calma me alejé de allí y al dar vuelta a la esquina sentí la sensación del triunfo.
Me había vengado por la pérdida de mi nieto tan querido, del que lleva mi nombre; y me había vengado por todos los abuelos de todos los nietos perdidos por la culpa de ese infeliz. Me había vengado de todos los que me decían "Ruco". Me había vengado de la Vida que yo había llevado hasta entonces sin hacer nada; sólo mirando como el entorno social se iba perdiendo y pudriendo en la mediocridad de la actual cotidianidad.
La muerte de ese fulano no salió en ningún medio de comunicación; nadie lo notó, nadie lo echó de menos, nadie sospechó de nadie, a nadie le importa la desaparición de un sujeto como ése. 
Hay tantas muertes ahora en la ciudad que ya nadie las investiga. 
Todos los crímenes que se cometen en el país son crímenes perfectos, de modo que ni gracia hace darlos a conocer.
Si cuento ésta Historia justo ahora es porque nadie me vé ni me escucha. 
Como lo he estado haciendo varias veces últimamente, la estuve hablando en voz alta a la oscuridad; aquí, sentado en mi sillón, oscuro de madrugada, completamente sólo en mi casa. 
También he estado pensando en lo siguiente: Ahora afuera de mi escuela, otro sujeto merodea a la salida de los muchachos, de los estudiantes, de los nietos; es un tal "Fito". 
Igual voy a ver en donde vive; que es cosa muy fácil porque nadie vigila a nadie. La ciudad y los barrios están abandonados por las autoridades; nadie se preocupa por nadie, nadie conoce a los vecinos en los barrios sombríos y carentes por completo de vecindad; nadie cuida de nadie, a nadie le importa quien vive en las casas junto a la de uno.
Voy a seguirlo, voy a ver adónde vive; todavía tengo el picahielo, nunca me deshice de él...

domingo, 7 de octubre de 2018

Insomnio, Cleptomanía, Sophia...

...a pesar de mi insomnio, cada noche te deseo dulces sueños, siempre...

Desde que la vi en el centro comercial, me di cuenta de que era una mujer muy especial y que sería alguien muy importante en mi vida.

Algo de ella me llamó la atención cuando entró a la tienda enfrente de la banca donde yo estaba. Desde allí la seguí con la mirada y pude ver cuando abrió su bolso y disimuladamente deslizó un lápiz labial. Nadie se dió cuenta de éso más que yo. Luego salió de ahí con una linda sonrisa como de niña que ha hecho una travesura sin ser descubierta. Después fue al área de comidas y compró un café y se sentó en un lugar apartado del pasillo principal.
Yo llegué a su mesa y me senté frente a ella. Le dije con cara seria: "¿Puedo ver su lápiz labial?". Me regaló una bella sonrisa y, obediente, sacó de su bolso el que había hurtado y me lo dió.
"Soy el gerente de la tienda -mentí - No la voy a denunciar porque es usted muy guapa, pero a cambio tendrá que invitarme un café como el suyo". Volvió a regalarme la más linda de las sonrisas y fue al local de enfrente por mi café.
Charlamos amistosamente. Se expresaba como una persona muy culta, y se lo hice saber. Me explicó que había sido maestra de pre-escolar, licenciada en educación. Pregunté que de dónde era, respondió vagamente que de otra ciudad, pero que desde estudiante vivía aquí en la capital. Luego su familia se había mudado al extranjero pero ella decidió quedarse.
Era muy bella, vestía sencillo pero con mucha elegancia. Se adivinaba que no tenía ninguna necesidad de robar cosas.
Luego de una larga charla nos citamos para vernos ahí mismo el siguiente día, a la misma hora de la tarde.
Yo llegué con anticipación y la vi entrar a otra tienda. Observé desde lejos como echaba en su bolso un dije. Nadie la vió, su porte elegante no daba lugar a que las personas sospecharan que intentara robar alguna cosa.
Y así con citas en el centro comercial tuvimos una relación por algún tiempo, pero cada vez que nos reuníamos robaba algo antes de nuestro encuentro.
Nuestros encuentros llegaron a ser la catársis de nuestros problemas personales cotidianos. Fuimos un complemento de nuestra cotidianidad. Sin compromiso pero de común acuerdo.
Pero seguía robando...
Cuando íbamos a alguna reunión de mis amigos o de sus amigos o a donde fuéramos, aprovechaba cualquier descuido para deslizar algo a su bolso. Parecerá algo raro pero sólo yo lo notaba, nadie más se daba cuenta. Y así pasó el tiempo...
Seguía ella robando cosas...

Hasta que un día se lo dije...
Y fue entonces cuando me confesó que tenía esa compulsión, la de apoderarse de cosas ajenas. Lo hacía en las tiendas, también en casa de sus amigos o a dónde iba de visita, en los lugares donde había trabajado, en cualquier parte.
Me lo explicó muy seria que en su niñez había padecido carencias, pues era de familia muy humilde. Sentía envidia de sus compañeritas que tenían cosas que ella no podía tener.
Así empezó a robar casi sin darse cuenta y sin sentir por éso ningún remordimiento.
Conforme fue creciendo siguió haciendo lo mismo. Ya no sabía por qué, pues su situación era otra. Se había casado con un hombre de dinero, tenía una hija, pero se había divorciado por maltrato familiar. Con la pensión que recibía no tenía ninguna necesidad ni ella ni su hija; nada material le faltaba, pero seguía robando cosas.
Le pregunté si alguna vez había buscado ayuda profesional y me dijo que sí, pero que el tratamiento no había servido de nada. Lo dejó cuando tuvo el problema del divorcio, en una fecha muy reciente. 
Y seguía robando cosas.
Noté que se avergonzó mucho porque yo me hubiera dado cuenta de su problema.
Y a los pocos días desapareció... ya no acudió a nuestra cita acostumbrada...
Estuve yendo al centro comercial y no se apareció...
Jamás volví a verla...
Y necesito saber de ella, pues al poco tiempo noté que se había robado otra cosa que me pertenecía: mi Sueño...
No mis sueños, éso es literatura. Mi Sueño, esa pequeña muerte que cada noche morimos, para poder seguir viviendo cada día...
No sé cuando ni donde ni cómo me lo robó. Quizás una sola vez me distraje y lo deslizó en su bolso.
Antes yo era, como dicen, de muy buen dormir. Ponía la cabeza en la almohada y como estuviera el mundo, dormía sin problema hasta el nuevo día.
Me dirán que éso no puede ser, pero así es...
Ahora ya casi no duermo nada; ya casi dos años que desapareció y yo no puedo dormir casi nada, casi nada, casi nada...
La Cleptómana se robó mi Sueño...
Sin embargo no la voy a denunciar. Es muy guapa, es muy hermosa...