La reunión de “La
Cofradía Rockera” regresa en este recién estrenado y aún oliendo a “nuevecito” año 2017; luego del
bochornoso cierre del año 2016 que, la verdad, no recuerdo si ya lo narré aquí.
Pero como creo que no, pues se los cuento entonces:
Resulta que llegamos esa tarde de finales de Diciembre
a la granja de “Chendo” González, en
la zona de granjas en renta sobre la carretera al aeropuerto. Era una temprana tarde
de invierno, sin nada de frío y que nos prometía una buena velada, sobre todo
porque “Quique” ya había terminado de
actualizar la flamante rocola, y ya estaba llena de nuestros CDs, esa gran música
de La Cofradía Rockera y el sonido
iba a ser muy bueno, de excelente calidad, mucha bebida y abundante carne asada.
Llegamos los rockeros, unos quince, dieciséis o dieciocho,
algo así, en diferentes vehículos, cinco de ellos en sus enormes motos, que
pusieron en fila amenazadora en la entrada de la granja. De la troca bajamos la
pesada hielera, las bolsas de carbón para la carne asada y la famosa rocola.
Se veía algo de movimiento en algunas granjas vecinas,
pues había que aprovechar el buen clima, pero de momento no notamos el peligro
inminente que momentos después caería sobre nuestras rockeras cabezas.
Bien bajamos todo y cerramos el acceso, ya dispuestos
a acomodar las cosas, a prender el carbón, a poner la carne a asar y a escuchar
buen rock, y ya estaban casi listas las cosas, cuando empezó el caos, la debacle, el acabose, la degradación completa de la
civilización occidental. A la granja enseguida de la nuestra, quien sabe cómo
llegaron tan de pronto y en tan grande cantidad, una multitud que, a saber eran:
unos novios, sus parientes, los padrinos, un enjambre de invitados calzando
botas picudas de ridículos colores rosa, lila, naranja chillón, con cintos
haciendo juego, sombreros que parecen “taco Bell” y lo peor de lo peor, un locutor ladino con fuerte acento maquilero
que, a todo pulmón y a alto volumen, anuncia en medio de los gritos de la nutrida
concurrencia: ¡Bienvenidos sean todos y
todas a la gran boda del Brayan y la Kimberly! ¡Un aplauso pa’ los “jelices
niovios”! ¡Arriba las mujeres! (ni al caso, pero eso gritan siempre todos
los locutores de las bandas sinaloenses) ¡Y
ahora con ustedes la Súper Banda Regional Sinaloense de la Laguna de la Derrolladora
de San Geremías del Charco de don Lupe Lizárraga! O algo así… Y que empieza
a todo volumen la música de una banda sinaloense o duranguense como de 47 integrantes.
Y nosotros los rockeros pos nomás nos quedamos como si
hiciéramos el tan de moda “Mannequin Challenge”:
mudos, estupefactos, congelados, petrificados, engarrotados, suspendidos y
detenidos en el tiempo; la cerveza a la mano a la mitad del camino a la boca,
el cerillo a escasos centímetros del carbón, los dedos a milímetros de oprimir
la tecla de la rocola, las miradas desencajadas, las sonrisas convertidas en
una desagradable mueca de desconsuelo y
asombro, los ojos vidriosos, etc, etc...
Pasado un buen rato de ese lamentable estado
cataléptico, y sin decir demasiadas palabras huecas y sin sentido, y con el
seño (y otras partes del cuerpo) fruncido; recogimos nuestros tiliches y en
medio de un profundo silencio, pero rodeados por la estridente musical grupera
de banda sinaloense o duranguense, nos largamos de allí…
Pero ya estamos de regreso, aunque no en la granja sino
en el taller mecánico de Ángel “angelito”
Corral en el populoso barrio del “Santo
Ñiño” y bien repuestos de esas extrañas bromas sarcásticas que de repente
nos da la vida; ya estamos todos los de la Gran
Cofradía Rockera, reunidos charlando amenamente, en medio de la saludable humareda
del carbón que asa nuestras chuletas, tomando abundante cerveza espumosa, y,
sobre todo, escuchando buen, buen Rock…
¡Larga Vida al Rock y a la Gran Cofradía Rockera!...
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