sábado, 16 de diciembre de 2017

Calaveritas 2013, 2014, 2015, 2016 y 2017

La Catrina de Guadalupe Posada
Calavera 2017

Calavera 2016

Calavera 2015 en versos octosílabos, a la vieja escuela:


Calavera 2014

Calavera 2013

Resiliencia y la Irma, mi hermana, que en paz descanse...

Altares de Muerto en la Oficina del Estadio Almanza y en las oficinas de Cadena Comercial Oxxo


Resiliencia, Resiliencia, Resiliencia es la tal palabreja que no recordaba el otro día; y por ese lamentable suceso me doy cuenta que mi memoria que otrora era de fácil ir y venir, ahora lejos se vá rauda y tarda un tiempo en regresar de donde andaba; diagnóstico: posiblemente "Dispersión Caprina" o sea ya se me van las Cabras al Monte, pero en fin...
La Memoria es el Centinela del Cerebro…” escribió Shakespeare; pero también alguien escribió: “El alcohol puede producir la pérdida de la memoria, y puede producir otras cosas peores, como la pérdida de la memoria…”
Hasta que la tal palabra Resiliencia se la ví tatuada a una muchachita en el hombro, mientras íbamos en el Vivebus, la palabra dibujada justo encima de una gran cicatriz que su camiseta no alcanzaba a cubrir, ella todavía se ayudaba con un bastón para caminar con inseguro paso; lo que le ocurrió debió de haber sido muy grave y traumático.
Ya luego de recordar un poco de su significado, le pregunté a mi amiga Agnes cuando la vi en  La Cofradía Rockera.
Mi amiga Agnes, toda ella una Psicóloga y con la carrera terminada con honores, toda ella una Supervisora de Recursos Humanos de una maquiladora por su necesidad de tener un justo y seguro salario semanal remunerado, fondo de ahorro y otras prestaciones maquileras...
Antes ambos éramos asiduos asistentes a las reuniones de La Cofradía Rockera, pero últimamente por cuestiones laborales (ella, la cambiaron de turno), y por cuestiones de salud de mi hermana Irma (yo, fui varios fines de semana a cuidarla), nos habíamos ausentado, y ya teníamos un buen rato de no platicar como luego se dice: "Como Dios Manda", o sea con una cerveza espumosa y fría en la mesa, acompañando a una chuleta asada puesta en un plato de cartón desechable, con cebollitas, una papa con mantequilla y un chile toreado, todo haciendo juego con el estruendo del buen Rock sonando a volumen alto en el ambiente; donde se escuchaba la poderosa voz de Bruce Dickinson cantando la historia de aquel pobre hombre condenado a morir en la horca, acto que sería llevado a cabo a las cinco de la mañana, muy buena rola:


I'm waiting in my cold cell
when the bell begins to chime…
Reflecting on my past life
and it doesn't have much time…
'Cause at 5 o'clock they take me
 to the Gallows Pole…
The sands of time for me are running low.

Y luego después…


As I walk all my life drifts before me
And though the end is near I'm not sorry
Catch my soul, it's willing to fly away…

Al regresar ese fin de semana a la reunión, varios amigos me dieron el pésame por el fallecimiento de mi hermana Irma, algunos la conocieron cuando iban a inscribirse al 21K, otros de ellos la conocieron de los tiempos de nuestra niñez y juventud; de todos es sabido que Chihuahua es del tamaño de un pañuelo, es un ranchote con periférico y de una u otra forma, muchos nos conocemos indirectamente aún sin conocernos directamente (voy a anotar esta frase inédita para luego utilizarla en otro escrito: “de una u otra forma, muchos nos conocemos indirectamente aún sin conocernos directamente, ajá, ajá, buena frase…) Pero veo que, como siempre, me estoy apartando de mi relato, ahora lo retomo; decía que, luego de cruzar saludos y pésames, mi amiga Agnes me preguntó que si como estaba emocionalmente (fácilmente enseñando el cobre de que Psicóloga sigue siendo a pesar de la tarea burocrática que ahora desempeña en la pujante industria maquiladora local).
-Pues bien, querida amiga- le respondo entre mordida y mordida y entre trago y trago; de todos es bien sabido que la carne asada no se debe dejar enfriar y la cerveza no se debe dejar calentar. –“La vida sigue y nos demanda mucha atención, ya sabes Agnes; la familia, el trabajo, el trajín de la cotidianidad, que la vida actual será todo lo que digas y pienses, pero menos lo es aburrida”.
-Así es Artu my friend, a fin de cuentas de lo que una y uno debemos de cuidarnos es en lo de no caer en las manos de ese monstruo de mil cabezas, mal aliento y afiladas garras que es El Estrés
-Afirmativo pareja. Oye por cierto, platícame de esa palabra que ya recordé: Resiliencia… y luego le conté lo del tatuaje de la chica en muletas, y lo poco que yo sabía de su significado y mi interés por saber su profesional y erudita opinión.
-Ora veras Artu (y agarró aire, yo sabía que se venía una pequeña conferencia, un monólogo y traté de tomar nota mental de todo lo que me dijo):
“Resiliencia se refiere a la capacidad que tiene una persona para superar circunstancias traumáticas, como por ejemplo un accidente grave o la muerte de un ser querido. La Resiliencia está vinculada a la autoestima; por eso hay que trabajar con eso con los niños para que crezcan con alta autoestima y puedan así superar posibles eventos traumáticos; obvio quien tiene baja autoestima, no pueden superarlos y caen en depresiones o pierden en gran medida su Calidad de Vida. Por otro lado, quien tiene una buena autoestima, transforma esos eventos traumáticos en actitudes que los llevan a un nivel superior de concepto de vida y transforman ese trauma en algo positivo; es decir que ese problema los ayuda a desarrollar recursos para sobrevivir que creían que no poseían. Entonces, toma nota my friend, porque la única solución ante los problemas que la vida nos embarra a diario en las narices, es buscar actitudes positivas y no perder la autoestima, al contrario, hay que crecer positivamente y buscar siempre soluciones que no deterioren nuestra siempre tambaleante Calidad de Vida. Lo que podemos hacer en lugar de deprimirnos y maldecir nuestra desgracia cual decadente  y post moderno emo, nerd, friki, hipster o geek, es vivir la vida día a día, “Carpe Diem” (¿recuerdas que lo platicamos un día?) aprovechando el momento presente sin esperar el futuro con demasiado optimismo o demasiado pesimismo, que a fin de cuentas es lo mismo, pero según en el momento trascendente en que te encuentres, así que el buen humor, los hobbies, la lectura, las reuniones con gente que comparta tus gustos y aficiones, como ésta Cofradía Rockera ayudan a bien llevar las desgracias; como la prematura muerte de tu esposa Vero, o como el reciente fallecimiento de tu hermana Irma; pero también otras formas de ayudarnos a mantener las esperanzas, la fe y las ganas de vivir son…”
(Nota mía: aquí mi querida y erudita amiga se extiende en su explicación por mucho espacio y tiempo que, aunque muy interesante, me es imposible reproducir en su totalidad, sobre todo porque utiliza muchas palabras y términos que ni conozco, pero pues así es ella y la conozco, así que la dejo hablar hasta que termina su extensa disertación).
Luego de terminar, con un gran suspiro me dice:
-Pero mi querido Artu, ¿Quién $%@&dos soy yo para dar consejos de Calidad de Vida, cuando ni yo puedo llevarla decentemente y como luego me decía mi madre me repite y me recuerda siempre: “Como Dios Manda”? Recuerda lo que dijo Don Joaquín Sabina: “Hay que Envejecer con Indignidad”. Mejor platícame tú un poco de las cosas que pasan en donde nuestra amiguisLa Seño de la Tienda”.
Y luego me regala una gran sonrisa; así pos es imposible negarse; entonces le cuento algunos chascarrillos actuales que escucho cuando voy a la tienda de la esquina, mientras consumimos nuestras sagradas viandas y apuramos abundantes bebidas burbujeantes, cobijados por la noche constelada de estrellas de finales del otoño,  y acompañados por el estridente y agradable sonido del buen rock…

La Seño de la Tienda le está platicando a una clienta, mientras su madre (la madre de La Seño de la Tienda, no la madre de la clienta) le platica quien sabe que tanto al niñito pequeño de La Seño, quien solo se le queda viendo desde su andador con los ojos muy pero muy abiertos y pegado al chupón.
“Qué cree doña, hoy “Mi Viejo” le dijo “Bruja” a mi madre…”
“Viejo feo y canalla” –contesta indignada la clienta- “¿Y qué hizo su mamá de usté?
“Pos lo convirtió en sapo, mírelo…”
Y las dos estallan en carcajadas, mientras en el rincón, cruzado de brazos, pegado a su eterno crucigrama y con un lápiz en la oreja, el “Viejo” de La Seño piensa, mohíno, y por enésima vez: “¿Pos de qué tiznados se ríen estas viejas  pues?”

Cosa rara, La Seño de la Tienda está chismorreando con una clienta:
“Qué cree doña, la vecina de aquí a la vuelta otra vez está ‘ligeramente’ embarazada.” –le platica La Seño.
“¡Cómo es posible! –se escandaliza la clienta- Si yo supe que el “dotor” le estaba dando pastilla “Al Siñor” para que no; yo creo que le está dando los medicamentos equivocados.”
Contesta La Seño: “O se los está dando “Al Siñor” equivocado…”

La Chita, la sobrina de La Seño de la Tienda le está platicando a su tía sobre su nuevo novio (el nuevo novio de La Chita, no de La Seño): “¡Ay tía, es un bombón!” –le comenta feliz.
“¿Es un bombón?” –Repite La Seño, levantando una ceja- Pues ten cuidado Chita porque los bombones en-gor-dan

Una clienta le presume a La Seño de la Tienda:
“Mi abuelo era mitad inglés y mitad escocés…”
Contesta La Seño, levantando la ceja: “Pos ‘Mi Viejo’ es mitad tequila y mitad soda de toronja y no ando presumiendo…”

La Seño de la Tienda le platica a una clienta:
“Allá en el pueblo, un compadre fue acompañado de su suegra a la tienda Conasupo, a la salida los detuvo el guardia y llamó al policía. Ya con el ministerio público ejidal le pregunta al compadre:
“-Qué te robates…”
“-Pos una lata de duraznos…”
“-Cuántos duraznos traiba la lata…”
“Pos cinco…”
“-Pos son cinco días de cárcel, uno por cada durazno que traiba la lata
Y en eso interrumpe la suegra:
“-‘Siñor’ ministerio público ejidal,  ‘tamién’ se robó una latota grandota de chicharos…”

Como es común, apenas entrando escucho que La Seño de la Tienda le comenta a una clienta:
“Que cree doña, no doy una, no doy una; hoy a la salida de la escuela, esperando a m’ijo Jaimilito; entonces que quiero sacar plática, y digo:
“-Pero mira que niño tan feo…”
“-Esa es m’ija…”
“-Ah, sí, no sabía que eras el padre…”
“-Yo soy la madre…”
“-Ah, ah sí, recuerdo que te vi embarazada…”
“-Es adoptada…”
“-Ah, Ups, Sí, mejor me voy…”

Para variar, cuando entro al local, escucho que La Seño de la Tienda le platica a una clienta:
“-Pos a ‘Mi Viejo’ no le gusta la Navidá que ya viene…”
“-¿Y ‘ora a porqué Seño?”
“-Pos porque dice que el hombre atraviesa por tres edades: en la primera de chico cree en el Santo Clos, en la segunda de joven ya no cree en el Santo Clos, y en la tercera de viejo, él es el Santo Clos…”

“-Éstos son ya otros tiempos doña, o sea, otros tiempo ya son éstos…” -Le confiesa suspirando La Seño de la Tienda a una clienta.
“-¿Y éso aporqué Seño, o sea, aporqué éso?…”
“Verá usté doña” –contesta La Seño de la Tienda- “Pos ahí tiene usté que Rosilita mi sobrina de 9 años le dijo a mi hermana su mamá: -¿Podrías darme algunas de tus píldoras anticonceptivas? Ya no quiero que Santa me traiga más muñecas, ya quiero un celular”...

Desde donde estoy esperando el cambio, oigo chismorrear a La Seño de la Tienda y a una clienta:
“Ya ve doña, la muchachita de aquí a la vuelta ya tuve a una nenita…”
“-Pero cómo Seño, si’staba esperando un ‘varoncito’…”
“Pos el ‘varoncito’ susodicho que usté dice que’staba esperando, o sea el papá de la nenita, pos nunca jamás se apareció…

Jaimilito el hijo de La Seño de la Tienda está cavando un gran hoyo en el suelo de tierra junto al árbol de la esquina; la vecina chismosa le pregunta: "-Mira tú Jaimilito ¿pos que haces?..." "-Pos murió mi periquito y lo voy a enterrar, doña..." "-Mira tú Jaimilito, pero es un hoyo muy grande para tu periquito ¿que no?..." "-Pos es que está todavía adentro de su estúpido gato, doña..."
Camiseta Conmemorativa en la Carrera 21K OXXO 2017
Parte de la familia que acudimos al Homenaje que el Comité Organizador de la Carrera 21K OXXO 2017 le hizo a Irma

jueves, 12 de octubre de 2017

Ruido

Para que no hagas tanto ruido!- y el zape tronaba ruidosamente en el salón del quinto año de primaria. Las primeras veces eso provocaba las estridentes carcajadas y los gritos burlones de quienes no éramos en ese momento el blanco del sonoro zape; eso era al principio, hasta que nos dimos cuenta del problema que la maestra Cruz Virginia tenía con el ruido, con cualquier ruido.
La maestra era muy sensible a los ruidos, demasiado sensible, hipersensible dicen ahora; todos los sonidos le molestaban de manera extrema: los trabajadores, los vehículos que pasaban pregonando mercancías por la calle, el chirriar del gis en el pizarrón, el pitar de las máquinas del tren Ch-P cerca de la escuela. No sé qué tan sensibles a los ruidos seamos hoy en día, pero creo que la maestra Cruz Virginia, de aquella escuela primaria Profesor Porfirio Parra donde estuve, no hubiera soportado el mundanal ruido de la vida cotidiana actual: el tráfico con sus pitidos, los repartidores de gas temprano los sábados y domingos, los vendedores de pan ranchero en las trocas con la desagradable grabación a todo volumen, los super-estereos de los carros con la música de banda con horrores como los actuales y desagradables narco-corridos.
De hecho no terminamos el año con ella, se retiró por esos problemas con sus oídos.
Decían las señoras del barrio que había acabado mal, que se había lastimado intencionalmente los oídos porque no soportaba ya los ruidos que la llevaron muy cerca de la locura y acabó sorda, con los oídos dañados; y uno como alumno del quinto año, niños con tremenda imaginación, en cualquier reunión de más de dos o tres chamacos platicábamos horrores de lo que sufría la tal maestra y de lo que le pudo haber pasado para acabar así.
Recuerdo que esta era una de las historias, ya no sé si fueron ciertas o inventadas:

Martillazos, martillazos, tap-tam-tap, martillazos...
La maestra Cruz Virginia hizo una mueca, suspiró y se cubrió la cabeza con la almohada. Malditos vecinos. Martillazos y más martillazos.
A pesar de la almohada podía oír el golpeteo de los trabajadores en la casa de al lado. Malditos vecinos.
Abrió un ojo, las siete y siete, de la mañana, del sábado, por el amor de Dios, y tenía que ser despertada por ese martilleo.
Algún trabajador puso en marcha algo como una sierra eléctrica. Ella dio un respingo en la cama.
Miró a su esposo, don Benito, tendido de espaldas tan tranquilo, profundamente dormido, y ella sabía que seguiría así, no importaba que otros ruidos se produjeran.
Le envidiaba. Suspiró, ahuecó la almohada, cerró los ojos. Se quedaría dormida otra vez y dormiría hasta las nueve, tal vez hasta las diez, entonces...
Un taladro gimió...
La maestra se sentó en la cama.
¿Qué pasa vieja...? murmuró don Benito, solo perturbado un poco por su brusco movimiento.
Entonces volvió a quedarse dormido, roncando suavemente. Roncando.
Odiaba que le dijera “vieja”, pero siempre lo hacía.
No habría más sueño para ella hoy.
Sacudió la cabeza, retiro las sábanas y se levantó de la cama.
Se asomó a la ventana y miró a los trabajadores. Continuaron su labor, completamente ajenos a su resentida mirada.
Hizo otra vez la mueca, entró al cuarto de baño, se lavó la cara e incluso por encima del agua corriendo pudo oír los golpes; tap-tam-tap.
Imposible.
Se metió en la ducha, abrió la llave al máximo y solo entonces, bajo el ruidoso chorro, el otro suido se redujo.
-Ignóralos, se dijo no por primera vez.
Se vistió, se tragó una aspirina, iba a ser uno de esos días.
Fue a la cocina para tomarse un café, por la ventana podía ver a los trabajadores sobre el techo martillando, martillando sin cesar.
Antes de volver a irritarse, se levantó y cerró la ventana y corrió las cortinas; el ruido se redujo un poco, pero no desapareció del todo.
Al rato bajó su marido, mascullando un “-buenos días, vieja”; luego al tratar de servirse café tiró la taza al piso y el estallido tronó en sus oídos; la maestra hundió la cabeza en sus hombros como ya era su costumbre y permaneció así un rato; don Benito murmuró un “-perdón, vieja” y se puso a barrer los trozos de cerámica: “rap-rap-rap” y los tiró del recogedor al bote de basura con ruido de mil vidrios rotos.
-¿No hace mucho calor, vieja? ¿De verdad quieres tener la ventana cerrada, vieja?
-Reduce el ruido, por favor no me llamesvieja”.
-Lo siento, viej… digo: Lo siento mujer…
Él le dirigió “aquella mirada”, la mirada que ella siempre odiaba, la expresión que le hacía sentir como un bicho raro y que cada vez más veía en la gente que la rodeaba, hasta en los alumnos la notaba.
-Oyes vieja, de verdad que tienes que hacer algo. Acéptalo, acéptalo, pts!, vivimos en un mundo ruidoso y no va a volverse más tranquilo –le dijo don Benito- como muchas otras veces le había dicho. –Bueno me voy vieja, hasta más tarde- y al salir dió un portazo que tronó justo arriba de los ojos de la maestra.
Desde afuera él le lanzó un besó con la palma de la mano y unos minutos después ella le oyó claramente bromear con los obreros sobre el ruido que hacían y de cómo molestaba a su esposa y que luego él sufriría las consecuencias; y escuchó las palabrotas y las carcajadas de todos y no pudo hacer otra cosa más que suspirar.
Luego el arrancar del carro de don Benito que se bajó por la calle tronando ruidosamente y echando demasiado humo y demasiado ruido.
Con su taza en la mano, fue a la sala y encendió la televisión: un gritón en un programa de concursos con mil luces centellantes, en otro canal otro gritón delirante narrando un partido de futbol, finalmente la apagó, demasiado ruido.
Desde otra casa en la misma calle le llegó el sonido de música rock a alto volumen.
El carrito que vende nieve pasó frente a casa con su inacabable y rasposa melodía de cajita musical. Magnífico, el sonido se había despertado temprano.
Ya basta, tenía que ir al supermercado y quería ir lo más temprano posible.
Una vez allí, recorrió el pasillo mientras el sonido ambiente tocaba música instrumental de canciones de moda, chasqueando continuamente mientras una voz femenina ladina y casi ininteligible le metía ofertas ruidosamente por las orejas.
En alguna parte un niño pequeño empezó a llorar; la maestra esperó a que se callara, pero no lo hizo, adquiría un volumen cada vez más intenso. Sus manos se crisparon sobre el carrito hasta que se le pusieron blancos los nudillos. Los gemidos se hicieron más fuertes. La aguda voz se alzaba y caía con patética ondulación. La voz de la madre era aguda y gritaba al niño que no debía llorar.
Un débil golpeteo en sus sienes anunció que el dolor de cabeza regresaba.
No sabía por qué odiaba tanto al ruido; desde su infancia era particularmente sensible al ruido, al menos eso era lo que decía su madre. Siempre le habían molestado las voces y sonidos altos y agudos, y siempre se metía en el gran ropero de sus padres cuando caía una tormenta con truenos.
Su padre le decía siempre que era simplemente una etapa que superaría, pero eso no había sucedido.
No había mejorado con la edad. Se había vuelto peor, mucho peor.
Seguida por los ruidos llego a la caja donde una muchacha silbaba mientras marcaba las mercancías, masticando ruidosamente una gran cantidad de chicle en su enorme boca.
-¿Cómo puede trabajar con todo este ruido? Los niños gritones deben volverla loca.
-Con el tiempo no se oye ¿sabe? Tendría que haber estado por aquí cuando hicieron la remodelación, eso sí fue terrible ¿sabe? Pero pos una se’costumbra, ¿sabe?
Se estremeció y abandonó el supermercado, en el camino tomó un par de aspirinas más.
Al llegar a casa todavía podía escuchar el tableteo de los trabajadores, cerró de golpe la puerta, mala idea; sintió el eco del portazo justo en medio de sus sienes, dentro de su cabeza.
Fue a dejar las cosas a la cocina y pudo oír el reloj del pasillo tic-tac, tic-tac; cada hora el sonar del gong de latón, nadie parecía oírlo tan molesto como ella.
El refri arrancó, haciendo sonidos arrullantes, como una paloma; a veces, cuando estaba tumbada en cama intentando dormir, podía oír aquel arrullo persistente, constante, inacabable. La llave del lavabo goteaba, ¿solo ella lo podía oír?, no podía creer aquello.
Su dolor de cabeza estaba peor que antes. Se centraba en un punto y parecía latir, inspiró profundamente e intentó relajarse.
Afuera seguía el ruido, un grupo de niños chillaban mientras jugaban en la calle.
Los pájaros se gritaban unos a otros ante su ventana. Una cortadora de césped gruño dos casas más abajo sobre un casi inexistente jardín. Un perro empezó a ladrar y luego otro le contestaba desde otra casa vecina. Ella intentaba no quejarse del ruido, pero a nadie le importaba, ni a sus alumnos, quería retirarse de dar clases pero aún le faltan algunos años, a menos que estuviera incapacitada...
Un ruidoso avión cruzó el cielo, un vecino estaba probando un carro con acelerones del ruidoso motor que nunca usaba salvo los sábados cuando ella intentaba descansar. El vecino sonaba el claxon una y otra vez mientras sus amigos reían a carcajadas mientras lavaban sus carros. Uno de ellos encendió la radio a todo volumen. Parecía que nunca podría escapar del ruido: Siempre la estaba acosando, asaltando, siguiéndola a todos lados, lo odiaba. Ella era demasiado sensible y por eso le dolía la cabeza.
Una ambulancia o un carro de la policía pasando velozmente a dos calles, su ululante sirena subiendo y bajando, subiendo y bajando como su dolor justo en medio de la cabeza.
Demasiado sensible, decía su papá, apenas susurrando.
Su teléfono sonó, y sonó y sonó, y ella permanecía parada inmóvil en medio de la cocina, con los hombros caídos, la espalda encorvada, oyendo todo aquello a un volumen demasiado alto, los ruidos tronantes de la casa, los ruidos estruendosos de la calle y hasta los ruidos del cielo mismo invadido, hasta ese que debería ser un lugar bello y silencioso, pero en esta vida nada era silencioso, nada, todo se perdía en medio de un mundanal y espantoso ruido; ruido aquí, ruido allá, ruido, demasiado ruido.

Cuando llegó don Benito a casa sin quererlo azotó la puerta de la calle, maldijo quedito y dijo con voz queda: -ya llegué vieja, perdona el ruido, ¿Dónde estás?...
No hubo ninguna respuesta, estaba todo en silencio, más callado que de costumbre, ningún ruido. Pensó muy adentro que si hubieran tenido hijos, uno o dos lo recibirían con alboroto y así no se toparía como siempre con aquella casa silenciosa y a veces tan lúgubre como la de hoy.
Entró a la cocina y la vió sentada de espaldas a él en un banco apoyada a la mesa.
Encima vió un pica hielo en medio de una mancha de algo rojo.
-Hola vieja, ¿estás...? no termino la frase dicha casi como susurro, dio vuelta a la mesa para verla de frente.

Entonces se dio cuenta de que a la maestra le manaba abundante sangre de los oídos...

lunes, 13 de febrero de 2017

La Maestra de Piano



La nota anterior fue la buena noticia, el retorno con todo de “La Cofradía Rockera”, después del tan penoso asunto.
La mala noticia me la comentó Pacorro, uno de los asistentes a la última reunión:

-Hey, oyes Pacorro –que le digo-, hoy no veo por ningún lado a la Güera, ¿tienes noticias de’lla? Raro que falte a una re-reunión como la d’ihoy.
-¿Cómo Artu? –que me contesta con cara de sorpresa, los ojos muy abiertos, la boca llena de carne asada y levantando muy alto las manos, la diestra ocupada por una chuleta asada, envuelta en una humeante tortilla de harina a medio comer, y la siniestra sosteniendo una espumosa cerveza, a medio beber…
-¿Pos que no supistes la “méndiga” bronca en la que andan metidas ella y su hermana gemela, la Güera 2? –me dice, dando largos tragos a la cerveza y grandes mordidas a la chuleta. En el ambiente suena fuerte “Ride Easy” de Asia, de la rocola ya funcional de “La Cofradía Rockera”, alguien está recordando a John Wetton que recién ha fallecido…
-Pos no, sorryméndigo” chato, sorry, no lo supe, ¿Y qué les sucedió a ambas dos Güeras?... suéltala, suéltala…
-Pues resulta mi estimado, que el “méndigo viejo” de la hermana, o sea de la Güera 2, se llevó a la tierra del “méndigo” Trump a la hijita de ambos y que no lo encuentran al “méndigo”, como el “méndigo viejo” es “suidadano americano” (sic), con engaños el “méndigo” se la llevó y parece ser que, junto con la niñita, el “méndigo” hijo de Trump se desapareció de la “méndiga” faz de la tierra Artu!…
-Ups! Pos sí, si es ese un enorme “méndigo” problema, y debe serlo, por la gran cantidad de “méndigos” que usastes en tu “méndiga” perorata- le contesto, rascándome la nuca, impactado por esa mala noticia.
-Sí, sí, sí -se lamentó el Pacorro, moviendo la cabeza de un lado a otro, salpicando grasa de la chuleta, trozos de cebolla asada y salpicando para todos lados la espuma de la cerveza-. Pos ellas se mantienen yendo y yendo al  “méndigo chuco, al gabacho” para buscar a ese “méndigo” gringo pocho, pero ni con la ayuda de la “méndiga” embajada mexicana (esa bola de “méndigos” inútiles, dice por lo bajo), que solo las traen a vuelta y vuelta; la última vez que ví a la Güera 2, se le miraba el “méndigo” semblante muy cansado, acabado, triste, ido, se miraba hasta más mayor de edad que su hermana gemela… muy triste mi Artu, muy, muy triste esta “méndiga”  historia… resulta que el “méndigo” tipejo solo buscaba tener a la pequeña para desaparecerse el muy “méndigo”; o séa llevársela, robársela, secuestrarla, y pos la Güera 2 al fin de cuentas no lo conocía tan bien como parecía… anduvieron solo unas “méndigas” semanas de novios antes de quedar embarazada del “méndigo” pocho, que por cierto yo solo vi una vez, por cierto, y resulta que poco…
… Y luego ya me contó el resto de la penosa historia, que ya casi ni escuché completa porque era muy parecida a una historia que conocí allá cuando iba yo a la secundaria, camino a la secundaria 5, y que era más o menos así:

La Maestra de la Academia de Piano:
A las alumnas de “La Academia de Piano Villareal” les sorprendía mucho que a su maestra le gustara tanto el circo. ¿Por qué la señora Margarita, que siempre andaba triste, que apenas esbozaba una sonrisa muy leve cuando alguna de sus discípulas, todas ellas “niñas bien”, lograba dominar aquella pieza difícil; por qué, se preguntaban, cuando llegaba un circo a la ciudad jamás dejaba de ir a todas las funciones, y se sentaba, sola siempre, en un lugar de los más caros, en las primeras filas?
Recuerdo bien a esa maestra. Murió hace muchos años. Vivía cerca del parque frente a la “Peni”, sola, sin parientes que la visitaran, sin amistades, solo dedicada a su “Academia”.
Cuando iba yo a la secundaria, en aquellas tardes de calor extremo del verano chihuahuense, o empujado y casi llevado en vilo por los fuertes vendavales del otoño que coloreaba el parque de color sepia, o en el largo caminar acompañado del crudo frío del invierno de mi ciudad, y luego en la brillante primavera que devolvía la vida de colores por las plantas del parque, siempre, siempre, era paso obligado caminar frente a su estudio -así llamaba ella a su academia- y me detenía a ver a través de la ventana a las lindas muchachas que frente al teclado del hermoso piano repasaban la lección, o que sentadas en una silla estudiaban el Solfeo de los Solfeos, siempre con la presencia adusta de la maestra que, con los brazos cruzados, el cabello recogido, alta, elegante, delgada, con su eterna falda larga verde olivo, su mirar triste, distante, dirigía esas “clases” de música y vigilaba a las chicas.
A veces me cruzaba con la profesora, y la saludaba, pues sentía admiración por ella, y ella siempre contestaba los saludos, con su voz bajita, profunda, con su mirar esquivo. Ya en aquellos tiempos todo lo que se relacionara con la música me causaba admiración. A veces me acercaba en las tardes-noches de regreso de la secundaria, y escuchaba como la maestra tocaba alguna melodía en el piano, melancólica, triste, pausada, pero hermosa su música.
Después, al paso de los años, cuando yo trabajaba en la Farmacia a la vuelta de la esquina del parque, escuché su historia por una muchacha vecina de su casa, había sido su alumna, y así supe el por qué iba siempre al circo cuando alguno venía a la ciudad.
Resulta que la tal maestra Margarita era todavía joven cuando llegó con una compañía de opereta un músico “americano”, gringo, apellidado Anderson, Robertson, Stilson o algo así, nunca se supo bien como era realmente. Violinista él, pianista élla, el común amor a la música los unió en otro amor.
El músico se quedó a vivir en la ciudad, en el barrio.
Al muy poco tiempo se casaron, y al año fueron padres de una niña rubia y hermosa como el sol.
¡Qué dicha aquélla, que felicidad!
La maestra de música no había oído nunca música más bella que la vocecita de Tina, aquella niñita suya, angelical. Pasaron dos, tres años de ventura. Algo sucedió después. Ella no supo qué. Tampoco él le dijo nada. Actuó con esa frialdad y alevosía con que actúan algunos hombres que han dejado de amar a su mujer, que siempre han tenido otras oscuras y ocultas intenciones.
Siguió tratándola como siempre la trataba, con afectuosa deferencia.
Un día le avisó que irían los tres a la Ciudad de El Paso, Texas de compras.
Ella necesitaba distraerse, le dijo, divertirse un poco, alejarse de la rutina de la Academia y de sus clases.
Y allá fueron, a ciudad Juárez a arreglarle los papeles a la niña para cruzar la frontera.
Se dice que tomaron habitación en buen hotel, cenaron agradablemente.
Se dice que un par de días después arreglaron los pasaportes, y una mañana, el violinista tomó en brazos a la niña y le dijo a su esposa que mientras ella se arreglaba saldría un momento con la pequeña para pasearla un poco y mostrarle unos escaparates de las tiendas vecinas, que estaban arreglados ya para la Navidad.
Se dice que esa fue la última vez que Margarita los vio.
Esperó todo la mañana, pensando que él se habría distraído. Después salió a buscarlos, inútilmente.
Luego, desesperada, le informó al gerente del hotel lo que le sucedía. Él la ayudó en una búsqueda telefónica por los hospitales. Luego el hombre llamó a la policía, que también buscó sin resultados.
Se dice que después de algunos días ella tuvo que regresar, enloquecida, a su ciudad.
Ninguna noticia tuvo de su marido y de su hijita. Por meses, por años prosiguió la búsqueda. Escribió a todos los consulados; pidió ayuda en todas partes, pero no conocía a nadie, poco conocía de su marido en realidad.
En vano, todo en vano. La niña, su niña, su adoración, había desaparecido llevada por aquel hombre al que ella amó sin conocerlo.
Siguió la vida, triste y vacía, para la maestra Margarita.
Un día, de alguna manera, nadie sabe como, alguien le dijo que su marido, hecho un guiñapo de hombre, empobrecido, dado al vicio del alcohol, andaba tocando en la orquesta de un circo itinerante, y que su hija era artista ahí también.
Se dice que desde entonces la maestra Margarita se aplicó a ir a todos los circos que llegaban a la población. Clavaba la mirada ansiosa en las muchachas que aparecían en el espectáculo, tratando de reconocer en una de ellas los rasgos de su hija.
Pasaron los años. Pasaron todos sus años. Mi conocida la visitó una vez, viejecita ya, reclinada en el lecho del que no habría de levantarse más.
Poco tiempo después me enteré de que había muerto. Mi conocida me contó que unos minutos antes de cerrar los ojos para siempre le dijo con sonrisa iluminada a alguien que la visitaba, al tiempo que señalaba una silla vacía que estaba a un lado de la cama:

"Mira, tantos años que me pasé buscando a mi Tina, y ahora ella está conmigo aquí, sonriendo junto a mi lecho"

sábado, 4 de febrero de 2017

Retorno de la Cofradía Rockera 2017



La reunión de “La Cofradía Rockera” regresa en este recién estrenado y aún oliendo a “nuevecito” año 2017; luego del bochornoso cierre del año 2016 que, la verdad, no recuerdo si ya lo narré aquí.
Pero como creo que no, pues se los cuento entonces:
Resulta que llegamos esa tarde de finales de Diciembre a la granja de “Chendo” González, en la zona de granjas en renta sobre la carretera al aeropuerto. Era una temprana tarde de invierno, sin nada de frío y que nos prometía una buena velada, sobre todo porque “Quique” ya había terminado de actualizar la flamante rocola, y ya estaba llena de nuestros CDs, esa gran música de La Cofradía Rockera y el sonido iba a ser muy bueno, de excelente calidad, mucha bebida y abundante carne asada.
Llegamos los rockeros, unos quince, dieciséis o dieciocho, algo así, en diferentes vehículos, cinco de ellos en sus enormes motos, que pusieron en fila amenazadora en la entrada de la granja. De la troca bajamos la pesada hielera, las bolsas de carbón para la carne asada y la famosa rocola.
Se veía algo de movimiento en algunas granjas vecinas, pues había que aprovechar el buen clima, pero de momento no notamos el peligro inminente que momentos después caería sobre nuestras rockeras cabezas.
Bien bajamos todo y cerramos el acceso, ya dispuestos a acomodar las cosas, a prender el carbón, a poner la carne a asar y a escuchar buen rock, y ya estaban casi listas las cosas, cuando empezó el caos, la debacle, el acabose, la degradación completa de la civilización occidental. A la granja enseguida de la nuestra, quien sabe cómo llegaron tan de pronto y en tan grande cantidad, una multitud que, a saber eran: unos novios, sus parientes, los padrinos, un enjambre de invitados calzando botas picudas de ridículos colores rosa, lila, naranja chillón, con cintos haciendo juego, sombreros que parecen “taco Bell” y lo peor de lo peor, un locutor ladino con fuerte acento maquilero que, a todo pulmón y a alto volumen, anuncia en medio de los gritos de la nutrida concurrencia: ¡Bienvenidos sean todos y todas a la gran boda del Brayan y la Kimberly! ¡Un aplauso pa’ los “jelices niovios”! ¡Arriba las mujeres! (ni al caso, pero eso gritan siempre todos los locutores de las bandas sinaloenses) ¡Y ahora con ustedes la Súper Banda Regional Sinaloense de la Laguna de la Derrolladora de San Geremías del Charco de don Lupe Lizárraga! O algo así… Y que empieza a todo volumen la música de una banda sinaloense o duranguense  como de 47 integrantes.
Y nosotros los rockeros pos nomás nos quedamos como si hiciéramos el tan de moda “Mannequin Challenge”: mudos, estupefactos, congelados, petrificados, engarrotados, suspendidos y detenidos en el tiempo; la cerveza a la mano a la mitad del camino a la boca, el cerillo a escasos centímetros del carbón, los dedos a milímetros de oprimir la tecla de la rocola, las miradas desencajadas, las sonrisas convertidas en una desagradable  mueca de desconsuelo y asombro, los ojos vidriosos, etc, etc...
Pasado un buen rato de ese lamentable estado cataléptico, y sin decir demasiadas palabras huecas y sin sentido, y con el seño (y otras partes del cuerpo) fruncido; recogimos nuestros tiliches y en medio de un profundo silencio, pero rodeados por la estridente musical grupera de banda sinaloense o duranguense, nos largamos de allí…
Pero ya estamos de regreso, aunque no en la granja sino en el taller mecánico de Ángel “angelito” Corral en el populoso barrio del “Santo Ñiño” y bien repuestos de esas extrañas bromas sarcásticas que de repente nos da la vida; ya estamos todos los de la Gran Cofradía Rockera, reunidos charlando amenamente, en medio de la saludable humareda del carbón que asa nuestras chuletas, tomando abundante cerveza espumosa, y, sobre todo, escuchando buen, buen Rock…

¡Larga Vida al Rock y a la Gran Cofradía Rockera!...