viernes, 29 de agosto de 2014

El Vagabundo y el famoso “Triángulo de los Recuerdos”…




Spotify es la aplicación Sueca musical de moda; sin hacerles mucha publicidad (porque ni me lo pagan, además de que no es gratuita, cuesta $99.00 al mes), si les puedo decir que es una maravilla para los amantes de la música.

Puedes encontrar prácticamente cualquier canción que busques.

Entonces, navegando por allí me encontré por casualidad con “La Balada del Vagabundo”, que recordaba porque en una anterior reunión de “La Cofradía Rockera”, un amigo me comentaba que otro rockero de la cofradía, el buen Felipe Becerra, uno de los miembros fundadores del “gremio”, el licenciado Felipe Becerra, se había tirado no hacía mucho a la vida de Vagabundo a raíz de una tragedia en un accidente automovilístico donde perdió a varios miembros de su familia.

Mi amigo tarareaba la dichosa canción y no pudimos recordar cómo se llamaba; claro, el espeso ambiente, la abundante cerveza y el sonido a todo volumen no ayudaban mucho que digamos, estaba sonando “Roundabout” del grupo de rock progresivo “Yes”, en su punto más álgido.

Así que hace poco y de casualidad me encontré la dichosa canción en el Spotify, y se la mandé a mi amigo para saber si era la que buscábamos, porque al escucharla de nuevo, después de tantos años, ya nos pareció más una canción “infantiloide”, que el “ameno Pop comercial” como recordábamos haberla oído en la radio de la juventud.

Luego, por medio de la tan socorrida “Asociación de Ideas”, me acordé del Vagabundo que de joven veía casi a diario, por las noches, enseguida de la farmacia donde yo trabajaba.

Ahora actuaba el famoso “Triángulo de los Recuerdos”: la plática con mi amigo, la canción que medio recuerdas y que luego de repente te la encuentras, y la memoria asociada, me llevan de nuevo al pasado, para poder platicarles la historia de aquel Vagabundo, pero primero la letra de la susodicha canción, si no la recuerdan, búsquenla en Youtube:



La Balada del Vagabundo:

Papá, Papá, ayer cuando jugaba, le pregunte a un hombre que miraba:

¿Quién es usted? y me dijo un Vagabundo, Papá que cosa es, un Vagabundo.



Un Vagabundo es un hombre que va siempre, de un lado a otro caminando por el mundo,

Sin ambición, sin ansia ni esperanza, y no conoce amor ni confianza.



Jamás nosotros seremos Vagabundos, vivimos del amor, y de ilusiones,

Ni tú ni yo iremos por el mundo, viviendo con temor, como aquel hombre.



Papá, Papá porque Dios no le a dado, la misma suerte a todos los humanos.

Papá porque, hay pobres Vagabundos, que solitarios van, por todo el mundo.



En esta vida hay pobres y hay ricos, igual que existen, flores bellas y marchitas,

Igual que el sol, alumbra y no la luna, y existe la maldad, y un alma pura.



Jamás nosotros seremos Vagabundos, vivimos del amor, y de ilusiones,

Ni tú ni yo iremos por el mundo, viviendo con temor como aquel hombre.



Los Hechos

El Vagabundo despertó con frío, temblando.

Esos últimos días del mes de Agosto eran de un clima muy extremoso.

Por la madrugada se sentía un fuerte vientecillo helado que se metía a través de los huecos donde el cartón, los trapos viejos y algunos tiznados trozos de madera, hacían las veces de improvisado cuartucho. Por el mediodía y la tarde, el calor subía mucho y esos mismos materiales ahora se convertían en un horno que lo sofocaban y hacían sudar.

Aquella era para él la época más difícil del año; de hecho ocurría dos veces: cuando a fines del presente Agosto te abandonaba el candente Verano y lentamente empezaba el ventoso Otoño, y luego cuando en Abril, pasaba (por fin) el crudo Invierno y se acercaba la luminosa y ruidosa Primavera.

Aunque “vivía” desde hacía tiempo en aquella semi derruida casa frente a la vieja estación del ferrocarril “ChePe”, no había hecho nunca ningún arreglo a los cuartos que una noche fueron casi destruidos en su totalidad por el fuego.

De hecho nunca se había ido del lugar, solo se ausentó un tiempo mientras las autoridades investigaban la tragedia que arrebató la vida de su esposa e hija, dejándolo a él mismo a punto de perecer asfixiado por el humo del incendio pero, salvo eso, el hombre había salido ileso del mortal siniestro, al menos físicamente.

Al fin de cuenta, como desgraciadamente sucede muy a menudo, la policía abandonó pronto el caso; aun bajo la sospecha de que el origen del fuego hubiera sido un cigarro encendido en medio de una tremenda borrachera del tipo que allí vivía; pero como no había familiares cercanos que mantuvieran de alguna forma viva la tragedia, la gente pronto olvidó el accidente y la casa duró mucho tiempo en aquel lamentable estado.



Los Recuerdos

Entonces aquel hombre Vagabundo regresó a la casa en escombros.

Arriba, el cielo color gris parecía que se fuera a desplomar en cualquier momento. El Vagabundo caminaba con su pesado paso por esas calles con la poca luz que te anuncia que la tarde se aleja a veloz paso y que pronto llegará la noche engulléndolo todo con su oscuridad, dejando por solo unos minutos unas pocas líneas de un rojo intenso en el lejano horizonte poniente.

Entró por un hueco de las viejas maderas que tapaban la puerta; dentro, el piso seguía cubierto con una fina capa de ceniza y el polvo de las carcomidas paredes. Con pasos vacilantes, se dirigió directamente a los restos de lo que un día fue una escalera, con un compartimiento debajo cerrado por unas puertas ahora sin picaporte, por eso nadie había descubierto ese espacio oculto.

Estaba buscando algo en sus recuerdos grises, como tratando de atrapar algo que tenía la consistencia, el olor y el color del humo.

Con dificultad pudo abrir una portezuela y vio lo que buscaba, un pequeño baúl de madera ahora sucio y algo chamuscado, pero intacto; rompió con facilidad el pequeño candado y con su sucia mano enfundada en esos viejos guantes sin dedos, revolvió con ansia el interior: había allí un pequeño mantel de mesa con motivos navideños, un chupete con un listón rosa que casi se desmoronó cuando lo tocó con su temblorosa mano, y una fotografía algo manchada de humedad pero con una increíble nitidez. Mostraba a una bella dama, con suave rostro, ojos cafés y pelo ligeramente enroscado en sus extremos, que aun tenía el color del trigo; sostenía en sus brazos a un niña pequeña con rostro alegre, y una sonrisa que recordaba la elegante boca de la dama y con grandes ojos grises, como los del hombre que al lado de ellas, parecía irradiar la mayor felicidad del mundo.



La Soledad

Iluminado apenas por la tenue luz celestial de un lejano relámpago, El Vagabundo de los ojos grises abrazaba la fotografía, su retrato, su familia, sus sueños ahora inexistentes, el temblor de su cuerpo era involuntario; en ese rincón y recostado contra la sucia pared, se dejó llevar por la soledad.

La fotografía ganó arrugas, y manchas de tizne humedecidas, y suciedad en forma de huellas digitales de esas manos que habían hurgado en muchos lugares y que no habían encontrado nada. Fiel reflejo de ese rostro inexpresivo que levantaba la mirada al cielo y solo veía por un agujero del derrumbe del techo, un bajo cúmulo de nubes oscuras que presagiaban la inminente llegada de la fría lluvia.



La Cena

Lo vi varias noches, a traves de la ventana de la farmacia donde yo trabaja, cuando el Vagabundo repetía siempre esa nocturna rutina de la cena.

Apoyaba su cansada espalda bajo la farola de fría luz del alumbrado público.

De su ráida bolsa de tela tejida, extraía un pequeño mantel con motivos navideños, que extendía pulcramente en el suelo, encima ponía un trozo de una vela que nunca encendía, sostenida por un vasito de cristal a la medida; buscando en su bolsa sacaba un recipiente con algo de la comida que había conseguido en el lento peregrinar durante esa tarde. De una botella vertía algún líquido en el vaso de cartón que colocaba a la derecha de su comida; había también medio durazno y dos uvas como postre.

Los grandes ojos grises, enmarcados en espesas cejas del mismo color, miraban al otro lado del mantel, donde no había nadie, buscando quizá alguna mirada cómplice, alguna conversación agradable o un gesto de cariño que lo mantuvieran cuerdo y atado a este injusto mundo.

Luego, en su soledad, se santiguaba mirando hacia el cielo, con las estrellas reflejadas en los húmedos ojos grises, y con un hilo de voz apenas audible susurraba:
-Las echo muchísimo de menos…