martes, 23 de abril de 2013

21 de Abril, Cumple de mi Suegra doña Socorrito



(Las nietas de Doña Socorrito, afuera de la Catedral de Chihuahua, el domingo 21 de Abril del 2013, cuando fueron a dejar una oración en honor de su abuelita, de izquierda a derecha: Corina, Fatimita, Miroslava, Alexandra, Jazive, Luisa Mariana y Patty, ella es hija de Doña Socorrito, es mi cuñada y comadre)

21 de Abril, Cumpleaños de mi Querida Suegra Doña Socorrito:

Si bien mi cumple es el 20 de Abril, el 21 hubiera sido el cumpleaños de mi suegra Doña Socorrito.

Doña Socorrito (Q.E.P.D.) fue la antítesis del término México-despectivo “Suegra”. 
Luego de la tragedia que enlutó a mi familia cuando el fallecimiento de mi esposa Vero, me ayudó con los hijos de una manera por demás loable.
Afortunadamente convivimos muy bien, compartiendo la difícil y formidable tarea de cuidar de los críos todavía pequeños y, ella, lo hizo día a día, sin descanso, con un gran amor a sus nietos y respeto y cariño hacia mí, hasta que solo su propia enfermedad se lo impidió. 

A manera de grato recuerdo, voy a platicar aquí una de las tantas anécdotas que le ocurrían y que luego nos platicaba casi llorando de la risa, cuando todos en la mesa, élla, mis niños y yo, compartíamos la cena cuando yo regresaba del trabajo.

Ésta es la historia del día en que mi Suegra doña Socorrito “recuperó su reloj robado en el autobús urbano”:

Para un día de las madres, mis niños y yo le regalamos a doña Socorrito un reloj de pulsera; solo que el reloj, aunque era de plata, no era muy bonito que digamos, y una de las niñas decía que parecía de hombre, pero siempre que salía, de todos modos se lo ponía con gusto. 

Aquí la historia se lleva en dos vivencias paralelas: por un lado Doña Socorrito y por otro lado Don Chon.

Un buen día, Doña Socorrito fue al centro de la ciudad en el autobús o camión urbano ruta "Granjas"; de regreso, el mentado camión venía atestado de pasajeros como de costumbre y tuvo que venirse parada porque, como es común, nadie le daba el asiento a una "dulce viejecita".
Allí iba sufriendo el descortés manejo del troglodita disfrazado de chofer de autobuses; y de pronto con horror, doña Socorrito se dio cuenta de que le habían robado el reloj.
Apretó con fuerza su bolso y sintió su monedero adentro, al menos eso no le habían robado.
Muy enojada empezó a voltear de un lado a otro, para ver si podía descubrir al ladrón. Observando las caras de la gente que, como ella, iban casi rebotando por estas calles de la ciudad. En eso ve a un individuo que iba cerca de ella y que llevaba muy puesto su reloj.

“-iEh tú, Viejo Cínico!”, pensó doña Socorrito y le entró un coraje casi incontrolable.
“-¡Todavía que me roba mi reloj, y lo lleva puesto como si nada sin importarle que yo me de cuenta!” -Piensa mi Suegra-. “-Seguramente piensa que soy una viejecita indefensa”.

Esos y otros pensamientos van pasando por su cabeza mientras se acerca a la calle donde debe bajarse del autobús. Cuando de pronto, en nombre y en honor de todas las "Viejecitas indefensas" de la ciudad, y del mundo, decide reclamar sus derechos y no dejarse más pisotear por los amantes de lo ajeno; y piensa, “-¡Ya basta de humillaciones...!” Y frunciendo aun más el ceño y lanzándole al sujeto miradas de desprecio y de reto. 
Sin poder contener el enojo, y ya casi en la parada de autobuses donde debe bajarse, se voltea hacia el tipo y solo acierta a decirle con voz entrecortada: 
“-¡El reloj! ¡El reloj, déme inmediatamente el reloj!.
Con lo que el individuo, abriendo muy grandes los ojos por la sorpresa, se lo quita apresuradamente y se lo entrega a la señora.
Nadie de los demás pasajeros dijo algo al respecto, solo se miraban unos a otros.

“¡Un triunfo para la justicia de las viejecitas indefensas!” Doña Socorrito se baja del transporte publico y casi corriendo, se va, casi saltando y lanzando pequeños grititos de emoción con el reloj en alto. 
Llega a su casa y al entrar, ¡Qué creen, qué creen! encuentra su reloj en la mesa del comedor, olvidado al salir rumbo al centro de la ciudad...
...

Ese día Don Chon, sencillo señor “adulto joven”, alma de Dios que no se mete con nadie, había ido al centro de la ciudad a recoger el reloj de su esposa de donde le habían hecho una compostura; aunque era de plata, no era un reloj muy bonito que digamos, alguna de sus nietas había comentado que parecía de hombre, pero aun así la señora había mandado a Don Chon a un local en el centro de la ciudad a que lo repararan.
Así que Don Chon, por temor a que se lo robaran en el camión atestado de pasajeros de regreso a su casa, resolvió ponérselo en su muñeca para evitar que se lo sacaran del bolsillo del pantalón. 
Cuando llegó a su casa, con su lento caminar y mirada extraviada, le digo a su esposa en cuanto cruzó la puerta:

“-iQué crees vieja, que crees! ¡Pos en el camión me asaltó una dulce viejecita...!

Que descanse en paz Doña Socorrito, mi Querida Suegra.